PROLOGO Misivas para un Perú mítico y extrapolado. Néstor Darío Figueiras,

 

 



Conocí personalmente a Luis Arbaiza un soleado sábado de octubre de 2015. Almorzamos en una pizzería de Palermo. Él había planificado ese viaje a Buenos Aires con mucho detalle: deseaba recorrer la ciudad que habían descrito Borges, las calles que lo habían inspirado. Conversamos largo y tendido. Escuchándolo, supe de su fascinación por las letras argentinas. Y también descubrí a un tipo sagaz y muy cultivado. Digo “cultivado” porque Luis, además de ostentar un impresionante currículo académico –es biólogo, genetista por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Perú, consultor en Pedagogía de la Ciencia y en Medio Ambiente, y Magister en Filosofía– es de esas personas cuyo placer supremo reside en saber más. Y saber más para especular, extrapolando los conocimientos adquiridos, combinándolos, retorciéndolos.

(Además de todo lo dicho, Arbaiza es artista plástico).

De más está decir que su sólida formación en ciencias duras le brinda muchas herramientas para concebir ideas sorprendentes. En la saga de “Thecnetos”, su controversial ópera prima que ya consta de tres entregas, ensaya algunas de estas hipótesis disruptivas. Pero hay que decir que en Arbaiza existe una sensibilidad que nunca se diluye en los tropos de la ciencia-ficción dura de pura cepa que escribe. Para empezar, en su escritura lo crucial son las ideas y no los trucos tecnológicos, ni los gadgets. Claro, uno podría decir que esto se debe a que Arbaiza no es precisamente un tecnófilo, ya que critica ferozmente las tendencias tecnocráticas actuales, al identificarlas como agentes de este capitalismo reloaded cuya expectativa de vida es mayor que la del planeta mismo, (paradójicamente). Esto es cierto, claro: Arbaiza, como buen escritor de ciencia ficción latinoamericano, es un desheredado del positivismo comtiano. Y un renegado del neopositivismo posmoderno, que, por comulgar con todo tipo de negacionismos, es más pernicioso que el primero.

Sin embargo, hay muchos escritores de ciencia-ficción latinoamericanos y tecnofóbicos que para hacer la misma crítica pergeñan nuevas esclavitudes tecnológicas, las que describen con todo detalle (aquí tengo que levantar la mano y bajar la cabeza). ¿Cuál es, entonces, el mérito de los textos de Arbaiza? Sin duda, su fuerte inclinación al cuestionamiento filosófico. Y esa sensibilidad que mencioné antes, la del artista que observa el mundo con perplejidad y se convence vez tras vez de que la única forma de rebelión posible está en su arte. Casi la postura del escritor maldito, si se quiere, del creador que oscila entre la épica y el dramatismo. Esta mixtura hace que la ciencia-ficción de Arbaiza nunca decante en una “tecno-ficción” (termino que él usa a menudo despectivamente), la que la mayoría de las veces está destinada a perder vigencia por quedar entrampada en el andamio tecnológico sobre la que se sustenta (¡mea culpa!). Al contrario, sus historias descansan sobre el fundamento de las preguntas universales, atemporales; un constructo de índole filosófico –imperecedero, por lo tanto– en el que la tecnología es apenas una variable más, que apenas necesita ser explicada. Y aquí reside una de las máximas virtudes de su escritura: él nunca cede a la tentación de querer mostrar sus amplios saberes. No gusta de oírse a sí mismo.

Otro aspecto muy atrayente de la ciencia-ficción de Arbaiza es la despreocupación por la refinación de la forma. Un feísmo, podría decirse –que, aunque a veces es calculado, casi siempre emana de manera intuitiva–. La combinación de tal cosa con la ya mencionada ponderación absoluta del interrogante esencial, de alguna manera lo acerca a Philip K. Dick. Pero también es cierto que, por las magnitudes desmesuradas –que propone en “Thecnetos”, por ejemplo, con las que fascina y aturde al lector por partes iguales–, por momentos recuerda al Olaf Stapledon de “Starmaker” o “Últimos y primeros hombres”.

Como sea, la cuestión es que lo que él escribe es pura indagación, un escarbar paciente y audaz en la médula de lo que damos por sentado respecto de la naturaleza del tiempo, del sexo y sus periferias, de la lucha de clases, de los fines posibles del universo, etc.

Los cuentos de “Soñar la realidad: Seis sueños intranquilos en Lima” son una muestra acabada de todo lo que vengo diciendo, casi como si su escritura hubiera respondido a una compulsión del autor.

La antología incluye “Viaje sin salir a ninguna parte”, que deja a las claras que el tema del tiempo es una de las mayores obsesiones de Arbaiza. En este cuento, un turista que viaja a la Lima para mitigar una pena de amor, encuentra más preguntas que respuestas. También “Las aventuras del macho paredes 1: El día que todos los relojes se atrasaron un segundo”, Arbaiza redobla la apuesta: su protagonista, el Macho Paredes, padece de una insólita clase de cronometrofobia: la fobia a los relojes que están fuera de hora. Este relato policial introduce a Paredes, uno de los personajes de Arbaiza que está destinado a perdurar. Se trata de una mezcla de un ex-policía con un malevo porteño aggionardo que sobrevive en una Lima futurista, una ciudad desolada en la que la desigualdad llegó a extremos que cualquiera estimaría como probables sin tener que hacer un gran esfuerzo imaginativo. Allí las clases sociales se apilan unas sobre otras, literalmente, en una ciudad organizada por niveles. Una de las joyas de este texto es una pincelada sutil, casi una insinuación, en la que se deja entrever que el ritmo temporal va creciendo conforme se sube de nivel. De ese modo, los de abajo viven suspendidos en un presente estático donde el sufrimiento es constante, metáfora implacable de la realidad latinoamericana –y tercermundista– en la que marginación y otros subproductos de la maquinaria neoliberal no solo cancelaron el futuro (como denuncia Mark Fisher), sino que atascó a las sociedades en un no-tiempo. Y la crítica social, que asoma ya en el primer texto, aquí está perfeccionada. (Esta idea de la gradiente temporal recuerda a la obra maestra del inglés David Masson, “El reposo del viajero”).

“Toda una vida”, aunque tal vez sea el cuento menos logrado del conjunto, añade otro fascinante ejemplo a este inventario de Limas enrarecidas. Aquí también se debate un desamor, pero de carácter homosexual, a diferencia del vínculo fallido de “Viaje sin salir a ninguna parte”.

Le sigue “Pequeño tratado de materialismo dialéctico zombie”, una de las gemas de la antología, un relato que despejará definitivamente cualquier duda que el lector aún pudiera tener respecto del pensamiento político del autor. No exagero si digo que este es uno de los dos cuentos de zombies más originales que leí en toda mi vida. En este punto de la lectura, la novedad reside en que este texto incorpora un sutil registro humorístico: “Los limeños estamos acostumbrados, en Lima hay cientos de miles, incluso han tomado las instituciones de gobierno, los programas de televisión...”, dice el protagonista a Vladimir, un lustrabotas de Chiclayo, una ciudad provinciana, al referirse a los zombies que infestan Lima. En este texto se sugiere un interesante salto evolutivo, al mejor estilo “Más que humano”, de Theodore Sturgeon.

El otro relato sobre zombies más original que conozco es “Carta de Juan Arbaiza Mendosa, 1540”, que incursiona en el género epistolar. El autor echa mano de una muy borgeana nota al pie para conferir de algo mucho más poderoso que la simple verosimilitud a esta misiva, la cual está escrita en castellano antiguo por un soldado español bajo las órdenes de Pizarro, quien tomó parte en la captura de Atahualpa (o Ataw Wuallpa) en Cajamarca, durante 1532. Y con este cuento (que a la fuerza tiene rasgos ucrónicos), Arbaiza se retrotrae al cruento origen de la nación del Perú, donde ningún precio fue demasiado alto, incluida la esclavitud, para sobrevivir a las matanzas de la conquista: “El fantasma de una mujer muerta-viva llora por sus hijos que antes ella mató, esos hijos son el pueblo americano y ella es esa generación más hembra que macho que entrego sus tierras a nosotros y que ahora llora su servidumbre”. Imposible no entrever el hilo que va conectando las piezas de la colección.

Creo que el sexto relato, “Las aventuras del Macho Paredes 2: El Embajador” es el más indicado para cerrar el volumen. Nuevamente aparece Paredes en escena, y otra vez asoma la cruda y ambigua sexualidad de seres marginales a un lado y otro de los barrotes en esa Lima distópica, cuyo nivel inferior –el de los eternos desplazados, el de los condenados de la tierra, al decir de Fanon, el nuestro– está anclado en el no-tiempo. Y aquí vemos a un nuevo adelantado, a otro enviado, presagio de una conquista en ciernes, más atroz que la de los españoles.

Y así se unen las puntas de un mismo lazo en este sorprendente libro, heterodoxo en muchos sentidos. Sus textos son como cartas a Lima y su historia, su pasado, presente y futuro; las misivas del autor –despechadas, pero también cargadas de afecto– para un Perú mítico y extrapolado, donde ni horrores ancestrales o foráneos, ni la maldad de la humanidad caída, pueden evitar que el amor, en cualquiera de sus formas, termine aflorando por los resquicios.

 Buenos Aires. 21 de marzo de 2022.

 



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