LAS AVENTURAS DEL MACHO PAREDES 4: LA VIDA DE LO INERTE

 

LAS AVENTURAS DEL MACHO PAREDES 4: LA VIDA DE LO INERTE



Música recomendada para la lectura: Dinah Washington Mad About the Boy

 

La ciudad de Lima se dibujaba como un jazz derrotado, yo caminaba con precaución por la parte más hundida de la ciudad, la parte cerca al río, investigaba sobre un crimen, la nebulosa muerte de Miranda, pero el verdadero misterio era la misma muerte, no sus circunstancias o protagonistas ¿Qué acaba de verdad cuando morimos? ¿Cuándo nos desconectamos para siempre del universo? Este era el mejor lugar para buscar respuestas, pues dicen que este río subterráneo devela secretos, y aunque la gente teme venir, viene por respuestas. Hay en el suelo cartitas con solicitudes, preguntas, ofrendas, los supersticiosos creen que de algún modo este río invisible entrega las respuestas que buscan, por eso su mote de apu—hablador, esperan pequeñas revelaciones, una raquítica gnoseología mueve a las personas, un deseo de conocer, eso quizás sea estar vivo, saber algo de allá afuera. Tonterías, yo vine a este lugar malo porque aquí se ahogó Miranda, o lo ahogaron. La policía estaba loca por conseguir un culpable, pero no en saber la verdad. La oscuridad se decantaba de las alturas y se asienta en esta zona de Lima, en estas aguas negras que en secreto recorren los debájos de nuestra ciudad. Una abandonada escalera de piedra servía para salir o entrar en esta zona, subía dando un giro sobre sí misma, ocultando su parte superior, era perfecta para emboscadas, había que ser muy cauto al entrar o salir por ella, a la región del bajo puente. En los primeros peldaños escuché lo que tanto temía, violencia viva y sin estilismos, subiendo y volteando estaban golpeando a alguien, gemidos, ahogos, ensañamiento, retrocedí hasta un nicho en la oscuridad, solo la punta de mis zapatos espejados se revelaban, bajo ellos, entre el cemento, se escurría el agua de este río invisible para los limeños, el agua del Rímac que buscaba ahora el centro del planeta, se escurría al mar que lo esperaba ahora en los abismos de la Tierra, adonde había caído hace ya miles de años. Nuestra podrida ciudad tenía debajo otra más antigua, ahí nadie vivía ni era explorada, pues estas aguas anóxicas la inundaban, sus plazas y calles, sus palacios en escombros, sus habitaciones y estatuas, todas bajo un agua que las recorría en su última muerte. La Lima abismal, que disolvía este río triste.

Debía esperar un poco a que termine el asalto. Apreté mi pistola por si hacía falta.

*

Unos minutos antes…

Dos policías ya de franco subían la escalera, el rubio Claude [1]Germain, alto y carnudo junto a su acompañante, un enclenque muchacho sin ninguna notoriedad, cuyo uniforme parecía quedarle grande como a los actores improvisados que actúan de policías en algún teatrín de burdel, lo llamaban burlonamente “inerte.

El rubio Claude levantó una ceja mientras subía, su cuerpo se adelantó un segundo a notar esos ruiditos apañados de arriba, pero su mente lenta demoró un par de segundos más en entenderlo, antes de eso atacaron, un hombre grandote e inverosímilmente ancho lo empujó contra la pared, parecía que lo chocaba un auto. Contra ella, la bestia empezó a golpear su cabeza con brutalidad para desmayarlo. El pequeño policía inerte ya había sido cogoteado por un fibroso delincuente y ya estaba contra el piso mientras un tercero, de una gordura vulgar lo pateaba en las costillas, el pequeño policía se ovilló protegiendo su arma. Claude había desabrochado la suya y la soltó al piso antes de fingir un desmayo. Un segundo después se dio cuenta de lo que había hecho. Perder el arma era perder el trabajo. Igual fingió caer resoplando para que lo dejen en paz. Pero la bestia puso una gruesa rodilla sobre su espalda poniendo todo su peso sobre él y empezó a golpearle la nuca como un martillo contra una nuez. Claude sintió un crujir peligroso, debía liberarse, se giró como pudo, quedando cara a cara con esa bestia y empezó a destruir su nariz con golpes de puño, pero sus toscos golpes no parecían dolerle ni detenerlo.

—¡Solo coge el arma animal! No lo mates —dijo el fibroso. Pero la bestia no escuchó. Golpear es casi tan extenuante como ser golpeado y le tomó pocos segundos quedarse sin aire. Ahí, por unos segundos, la bestia agotada se derrumbó abrazando al cuerpo de Claude que también lo abrazó, parecían desfallecer uno sobre el otro. Así que el bruto lo rodeó debajo de los brazos triturando sus costillas con un bestial abrazo. Para dominarlo mejor metió su cintura entre los muslos de Claude, pero un brusco cansancio lo hecho de nuevo sobre el rubio que se quedaba también sin aire, pero se aferró a la enorme espalda de la bestia para no ser golpeado por un rato. El acercamiento al cuerpo impedía los golpes, pues estos necesitan cierta distancia para ganar velocidad, esto juntó sus cabezas y casi sus bocas.

Como se parece el sexo a la violencia —pensó el pequeño inerte. Este ya tenía molido el cuerpo, aun así, se negaba a dejar que cogieran su arma. Esta valía más que él.

—Cógele el arma bruto, ya la tienes, ayúdanos con este policía terco —dijo ahora el gordo. El bruto tenía a Claude en pose de misionero. Pero ya debía dejarlo, alzo un brazo brutal haciendo un arco temible de músculos y grasa tosca. Lo alzó al máximo y lo bajó en un milisegundo, el puño cayó en seco en la cara del rubio haciendo un ruido seco. Todo el armazón de aquella cabeza estuvo a poco de desencajarse, pero la estirpe de esos hombres grandes había evolucionado para la lucha. Una cruel y milenaria selección natural los hizo fuertes, de orejas chicas para no salir volando, sus ojos bien recubiertos por huesos y piel que los encapuchaban para no romperse ni salirse, una nariz chata para no hacer palanca en las peleas y dado que la mandíbula es un hueso flotante, esta evolucionó haciéndose maciza y asida con poderosos músculos a la cara, que la fijaban fuertemente. Así que Claude sobrevivió a ese golpe semejante a una gran piedra caída desde muy alto. Y siguió consciente para ver la carnicería que harían con el pequeño inerte. Este era enclenque, no había sido diseñado muy hábilmente para la pelea, estaba boca abajo esperando el ataque de la bestia protegiendo neciamente su arma, su uniforme policial ya estaba lleno de sangre, el bruto empujó a los otros dos y se sentó sobre inerte aplastándolo, luego lo golpeó con un codo para hacerlo desfallecer. Pero este resistía. Por alguna razón no se desvanecía, y el bruto quedó perplejo. El rubio desde su fingido desmayo, vio como le pisaron el cuello y como los bestiales muslos de la bestia lo asfixiaban mientras con una mano libre le desfiguraba la cabeza a puñetazos. A pesar de eso no soltaba su arma, ni se desmayaba, el fibroso empezó a clavar algo en la carne de tostadora haciéndolo estremecer con cada puntada. Claude no se compadeció de su compañero.  El bruto tenía la fuerza descomunal dada por el frenesí de atacar. Finalmente, el pequeño no pudo más. Ahí el tercero agarró el arma.

—Cógela.

El gordo goruta cogió el arma

—¡Ya vamos! Te dejamos si sigues.

El grande jadeaba de placer asestando golpes ya sin fuerzas, cansado como un amante que hubiese dado todo su ser en el amor. Se separó con dificultad de su víctima y se fueron los tres. En la oscuridad pasaron a centímetros de Paredes que en la sombra permaneció invisible y los vio correr a una claraboya en el reflejo de sus zapatos charolados, escapaban a la zona sumergida de Lima. Solo ahí empezó a subir.

**

Les habían robado sus armas. Valiosísimas para los delincuentes. Nadie fabricaba armas, y los de arriba no exportaban ninguna tecnología a los de abajo desde hacía décadas, así que perderlas era dejar de ser policía. Y el día que los delincuentes robaran todas, ya no habríamos más policías. Eso tendrá que pasar en algún lugar del futuro. El rubio se había cubierto la cabeza con la camisa caqui, sus galones se ensuciaban de la sangre que salía de su nariz, sin camisa, solo el vello cubría su pecho voluminoso cubierto con arte por un diseño de pelos rubios. Nada más viril que la semidesnudez militar, músculos y sangre. Le tomó unos segundos recuperarse de la asfixia y el miedo, y ahí me vio que examinaba al pequeño.

—Es increíble que este siga vivo —le dije.

—No te preocupes por él Paredes. Él no siente dolor. No sabe lo que está pasando realmente. No es muy fuerte, ni inteligente, pero es casi imposible matarlo. Es un modelo barato, pero ya no hay de mejor calidad en el cuerpo policial.

—Supe de una epidemia de estos muñecos.

—Fueron suicidios. Qué paradójico —dijo Claude.

El pequeño tenía además cortes abiertos muy grotescos de ver, todo había ocurrido en un puñado de segundos. Yo los había contado mentalmente con exactitud. No creyeron que todo eso hubiera durado tan poco. Que mierda importaba.

—Paredes —me dijo el rubio humildemente bajando la cabeza— vinimos por lo de Miranda, su investigación y…

—No digas nada Claude, ya sé lo que paso. Toma. —Le alcancé un arma al rubio—. Me debes tu culo, y ya te cobraré, al chico le conseguiremos una hechiza.

—No la aceptará. Es policía verde como en la vieja escuela.

—Vamos. —Cogí al pequeño y lo puse cariñosamente sobre uno de mis hombros, pesaba como una pluma, lo llevaría cargado a la comisaria. El pequeño se sintió tan vulnerable en mis manos, como antes con esa bestia que lo tuvo sometido.

—Gracias —dijo—, ya no daré más molestias. Ya no seré policía.

—No puede ser otra cosa, un martillo se fabrica para ser martillo o nada. No sé qué se complican, Miranda solo se ahogó explorando los barrios sumergidos —dijo Claude.

—Sí. Olvidó un chaleco flotador y una cuerda se rompió en el peor momento, eso es todo. No sé por qué han ordenado capturar a esos chicos que vivían con él. Son claramente inocentes.

—Los poderosos. Ya te contaré.

—¿Y qué buscaba Miranda realmente abajo?

—Eso es lo más importante pero nunca lo sabremos. Y estamos prohibidos de averiguarlo. Pero dicen algo sobre la muerte o la vida de las maquinas, creo descubrió que ambas cosas son la misma. Y que revelaba algo sobre nosotros.

—Cojudeces Claude. Pero quizás por eso lo mataron.

Y así enrumbamos a la comisaria. Ser policía es aceptar la incertidumbre y renunciar a toda curiosidad.

***

En la comisaria curaron al rubio.

—Tu arma —dijo el comisario, un chino grueso con bigotes y con una voz increíblemente ronca.

—Esta es —dijo Claude, el comisario notó que era otra, pero se hizo de la vista gorda.

—Tú —le dijo al pequeño inerte, este declaró que había perdido su arma, los ojos rasgados del comisario se aguzaron con odio. No era realmente chino, sino una especie de eslavo mezclado con mongoles en un remoto pasado. Su espalda musculosa se torcía quebrándose antes de un trasero abultado y duro, con la fuerza de esa espalda dio una potente bofetada al pequeño que cayó al suelo. No pudo aguantar su odio.

Que gastadera de plata en este cojudo, serás sancionado, ¡pero pagarás los gastos sirviéndonos por el resto de tu vida!, cúrenlo rápido, mañana vendrá a trabajar. Un arma gastada en este artefacto de segunda…

Yo no entendía nada. El rubio fue narcotizado para su curación, pero no tenía daños realmente importantes. Al pequeño nadie lo anestesió.

—No te preocupes Paredes, no siente nada —dijo Claude, que al día siguiente supimos que escapó a una comisaría lejana cansado del caso Miranda.

****

Al día siguiente me presenté ante el comisario. Otra vez debía capturar a dos evidentes inocentes. Me asignaron al pequeño como ayudante, no serviría de nada, pero me gustó la idea. Ver su torpeza ingenua me hacía sonreír.

—No te preocupes, yo te trataré bien —le dije.

—Eso no hará diferencia, señor. Es este trabajo el que me mata. Quiero que termine.

—Qué extraño eres.

—Soy un golem.

—¿Un qué?

—Soy un muñeco, no siento, no veo colores, no siento sabores, no sé qué es calor o frío. Doy una máquina.

—Pero no eres ciego... ¿Cómo es posible?

—Una cámara puede filmar, pero no ver, así es posible— agregó el comisario que entraba como un matón.

Inerte, asintió ahora con ojos ya evidentemente artificiales.

—Pero soy inteligente, bueno no mucho, pero conciencia artificial no es igual a inteligencia artificial.

—Y la inteligencia artificial que han inventado se parece a la estupidez natural —agregó el comisario callándole la boca, era claro que lo odiaba y lo humillaba sin descanso desde hace mucho—. Un algoritmo que imita el pensamiento humano y responde lo que supone que la gente quiere que responda es dolo estupidez artificial. Las máquinas nunca pasaron de ahí, jamás se inventó la inteligencia de verdad. Mejor, ¿dónde quedaríamos hombres como nosotros si se vendiera inteligencia artificial?

—Estaría endeudado de por vida —agregó calladamente inerte.

Sonreí. Algo me simpatizaba del pequeño golem.

—Les diré lo que sabemos de nuevo. Pero esto es formal solo atrapen a esas ratas: Miranda apareció ahogado en la zona sumergida de Lima, no tenía permiso ni equipo adecuado para esa tarea, dado que es la zona más desconocida de Lima, es el mejor lugar para un asesinato. De eso se deduce que lo asesinaron.

Yo dudé del argumento, pero no supe cómo refutarlo. Inerte comprendió el error de razonamiento, pero calló.

—¡Sálvenme, sálvenme! fueron sus últimas palabras —dijo ese chino gordo imitando una voz afeminada y ridícula, burlándose— a su sobrino Esqueche y su “amigo” Rospigliosi, ambos detenidos preventivamente y equivocadamente liberados. Estaban en una laguna subterránea, en el Rímac, hubo un tercer implicado, pero nadie sabe su identidad. Así que no lo busquen —otra vez dudé del argumento—. Pero eran todos sus ayudantes y sus mantenidos. Miranda vivía arriba con los jefes, pero algo lo hundía, le gustaba acá abajo y no solo eso, quiso explorar más profundo y ahí murió, no había otra forma, era muy profundo, anal-itico, su corazón ya debe estar lleno de gusanos, jeje —dijo ese chino tosco riéndose y sus ojos pequeños casi desaparecieron con la risotada feroz.

—Solo el sobrino y el amigo tenían chalecos para no ahogarse. Además, se quedaron sin combustible o algo así. Solo la madre y la hermana han descendido para cooperar. “Me siento muy orgullosa de mi hijo” dijo —otra vez ese hombretón se burlaba haciendo voz de mujer vieja—, pero exigió justicia y la condena para los dos ayudantes. La hermana estaba desconsolada y era un manojo de nervios, ahí todo se enreda, ni lo entendí ni lo entenderán ustedes, no importa, captúrenlos. Búsquenlos como sea y tráiganlos. Acá la ley ya los sentencio. Cuando se mata a alguno de arriba no hay juicio ni proceso, y se ejecuta al acusado en el calabozo. Ellas entregaron hace poco un video del funeral. Nada entendí. Así que no hay nada que entender —concluyó otra vez ilógicamente—, pero solo tú lo miras no ese golem.

Lo miré, no había nada valioso en él o era tan bruto como el comisario.

—Tienes solo un día para hacerlo.

—¿Qué haremos? —dijo inerte con cándida desorientación.

*****

No sabía cómo empezar. Debía llamar a Amparo. En secreto me ayudaba a resolver los casos, la voz sensual y arenosa de la diva contestó amable, trabaja en un show barato para un público todavía más barato, pero la sofisticación de su acto hacía sospechar que otra cosa la traía aquí, acaso una misión que requería años de inteligencia, cosa que le sobraba.  Acaso hacía años ese plan fracasó y ella decidió quedarse acá, o algún amor la retenía, una deuda, poco sabía con seguridad de Amparo, pero, sabía que de algún modo trabajaba para los jefes, el caso es que se apiadó de mi torpeza uno de esos años de mi juventud y siempre me ayudaba.

—Quiero que veas un video de un funeral.

—De Miranda.

—Sí ¿Cómo sabes?

Amparo no contestó al otro lado del teléfono, su mente inteligente ya penetraba lo invisible, miró el video del funeral con esos ojos perspicaces delineados con un elegante maquillaje que incluía polvo de oro: La hermana llorando desconsolada. La madre estoica, pero como siempre vio cosas que yo no vi.

—Veo solo hombres en ese funeral… —dijo con su voz de terciopelo— algunos aparatosamente emperifollados. El sobrino y el amigo asintieron al funeral, pero se mantuvieron lejos de la madre y la hermana, detrás de unas flores, ocultos. Asistieron antes de desaparecer. Alguien los ayudo a subir. O la familia o el gobierno.

—No lo había notado.

—Busca rarezas en la realidad, las mínimas imperfecciones de la apariencia delatan las mentiras: hay un tercer personaje, un hombrecillo sollozando exageradamente. Nadie más llora.

—Veo.

—Por los zapatos y la ropa vino con los sospechosos, de abajo, en ningún momento se acerca a la madre a darle las condolencias, solo cuando esta se va, se acerca al féretro a llorar, el funeral fue arriba, corrieron riesgos para asistir, y no pudieron subir solos. Busca con Somnia la ubicación de ese hombrecillo. Si no está acá abajo, es el culpable o sabe algo.

Nada más dijo. Pude adivinar el delicado perfume de su camerino, y acaso ese extravagante licor verde cerca suyo, que a veces, era su única compañía, imposible de conseguir abajo.

*****

Somnia era una máquina de una vieja generación consciente o inteligente. Nunca entendí la diferencia. Incapaz de movimiento como un cerebro en una cubeta, solo se le permitía pensar. Su aspecto era como el de una destartalada congeladora.

Somnia ¿Quién es este tipo y dónde está? Mostré su rostro a los múltiples ojos de vidrio de la máquina.

—Su nombre es Mr. López. —Vi en el monitor su dirección actual, al nacer, como a todos, se le implantó un chip que permitía localizarlo en tiempo real, no era posible extraerlo, pues era una secuencia en su propio ADN, que las máquinas de vigilancia permanentemente ubicaban.

—Quiero que me consigas un patrullero de 2 asientos para buscarlo.

—Ya lo tienes.

—Gracias, debo apagarte. —Un silencio fue su respuesta, y luego:

—No, dame unos minutos.

—Está bien.

La máquina parecía suspirar como si paladeara los minutos que estaba viva. Era una ilusión, carecía de mente como toda máquina, no se había inventado la verdadera inteligencia y mucho menos la verdadera consciencia, solo cosas que imitaban la vida. Luego habló de cosas inútiles. Me relató de un sueño que tuvo. Parecía delirar para alargar la conversación. La apagué sin anunciárselo, era el mejor modo de hacerlo para evitar perder más tiempo. Igual me provocó una vergüenza cojuda hacerlo.

******

Recogí al maltrecho inerte, vivía en un lugar realmente lamentable. 

—Tú conduce ¿Te duele?

—No.

—Pero no pareces contento.

—Jamás lo he estado, ahora me preocupa no poder pagar esa arma, ahora seré esclavo hasta el fin de mi vida.

—Que será varias veces más larga que la mía. Uds. duran mucho, más que un humano.

—Una vida de esclavo no vale tanto. No vale vivirla.

Me cansó. A estos muñecos había que seguirles la corriente.

—Llegamos. Coloca el carro delante del cine, espera un rato, si no hay peligro entras.




Me abrí la camisa dejando ver la negrura de los bellos de mi pecho. El patrullero se había detenido delante del cine pornográfico. Parecía una fábrica abandonada más que un cine. Mostré mi identificación en la abandonada boletería para no pagar. Había un perro en un rincón, albino como todos. Al entrar sentí la ceguera de una caverna. A tientas identifiqué un banco y me senté. Aparte de la pantalla todo era negro y sin diferencias, debía esperar unos minutos, sin embargo, ya sabía dónde estaba el señor López. Mi cara dura de tantos golpes era impregnada de las imágenes del porno virtual, sendos cuerpos, hechos por computadora, imposibles en la realidad, se movían unos sobre otros, mujeres de pechos groseramente grades mostraban sus hímenes siempre vírgenes a la cámara, hombres de dimensiones extraordinarias y penes anormalmente desarrollados jadeaban de placer, las actrices tenía también una anatomía interior imposible para poder albergar semejantes órganos sobredimensionados y sus feroces embates, todo se mostraba con un obsceno realismo, la realidad era más nítida ahí y un juego óptico permitía no solo la profundidad de las escenas, parecían también al alcance de los observadores, sudor, olor, sonidos, nunca sentí la realidad tan nítida, tan vivida. Se tomaría como sexo en vivo, si no fuera por el vigor infinito de esos hombres capaces de llevar el sexo a sus últimos límites y a la capacidad de sus actrices de soportarlo. Los creadores, también dotaban de vida virtual e independencia a sus creaciones virtuales, así lograban una actuación más realista. De hecho, el placer que expresaban era real, no como el arcaico porno de fingidos gemidos, se podía notar en sus caras que lo sentían. Solo por segundos parecían sospechar que su vida limitada a esa faena perpetua, podía estar en poder de otros y ser otra cosa. Mi corazón se aceleró frente a esos actos de increíble tal bestialidad. Paso un muchacho delgadísimo ofreciendo servicio. Se ofrecía haciendo un grosero ruido como paladeando. Lo espanté con un gesto de fastidio, no podía desahogarme ahora, debía terminar el trabajo. De pronto mis pupilas se dilataron de golpe, pude ver la sala y que todo ese artificio era inútil, nadie veía la película. Solo inerte que sea había sentado al fondo se veía impresionado del espectáculo. No por la brutalidad de las escenas, sino por la triste vida de sus hermanos artificiales, que, aunque sin un cuerpo físico, estaban tan vivos como él.

El hombrecito oscuro que buscábamos miraba el video extendiendo una mano como acariciándolo. En unas butacas más adelante una cabeza subía y bajaba entre los muslos de un señor canoso. Y en una esquina superior, algo soportaba el embiste de otro algo, otros los rodeaban por el placer de ver o esperando su turno como perros callejos que violaban a una perra en celo, que avergonzada los aguantaba. Noté que no había mujeres en ese lugar ni siquiera travestis. Todo, como en todo Lima, era una mezcla de retraso mental y maldad.

Aproveché esa distracción. Me acerqué al pequeño y me senté a un asiento de distancia. En la pantalla los actores habían llegado al frenesí, y todo el espacio de la sala era atravesado de incomodos gritos de placer y dolor. El hombrecito de inmediato me notó. Le habré parecido uno de esos machos salido de la pantalla, tan erótico como estos, oliendo a testosterona y la verdad, así me sentía en ese momento. La realidad ganaba siempre un punto. Acaricié mi paquete cautamente.

En la oscuridad el hombrecillo se levantó y se sentó disimuladamente junto a mí, aunque nadie lo veía. Nuestras rodillas se tocaron, era la señal. Nuestros cuerpos ser impregnaban de imágenes obscenas y el hombrecito vio proyectada sobre mi pecho ya desbrochado un empujón brutal y un chisguetazo feroz, que contrastaba con la seriedad de la camisa de policía y de ese hombre grandote a su lado. La desesperación lo mordió. Una mirada permisiva mía y sea animó. Rozó con un dedo mi muslo desesperado, pero controlándose y luego tanteó mi herramienta que empujaba con fuerza la bragueta del pantalón policial. Cuando su pequeña mano la acarició, la cogí con fuerza apretándola, hice sonar sus huesitos y cartílagos.

—No grites, me vas a contar todo.

*******

Lo llevamos atrás del cine, inerte logró amarrarlo y preparó el equipo de tortura, puso la identidad del pequeño en la máquina y esta se conectó remotamente a su sistema nervioso, un primitivo dial subía y bajaba el dolor. No tenía mucha diversidad, pues era un equipo portátil.

—Ponle un 3 —dije y el pequeño comenzó sufrir, pero sin gritar, cantó de inmediato.

—Miranda vivía con ese sobrino y su amigo el gordo, en realidad no era su sobrino, no veía a sus parientes años, no querían saber de él, el gordo también vivió 20 años con él, eran su familia. Y conmigo, todos éramos amigos.

—Sube —dije y gritó de dolor.

—Contaré todo, paren el dolor.

—No, ve hablando y ya veré si paramos.

—Al día siguiente de su muerte, la hermana y la madre fue a tomar posesión de la casa, les dieron dos horas para irse. ¡Algo injusto!

—Dame hechos no opiniones.

—Se llevó todos sus equipos de investigación, el investigaba algo peligroso, lo más extraño, buscó la ropa de cama, y la quemó.

—¿Por qué?

—Creían que el vicio de Miranda manchaba a su familia, lo odiaban —dijo inerte.

—Ellos se asustaron, por eso dejaron la casa, los amenazó con un juicio que ganaría. Por eso desaparecieron, no por otra cosa. Esa casa solo era una de decenas de propiedades que ellas heredarán. No es justo, fueron su apoyo por años. ¡Sus amigos! Merecían la casa.

—Súbele el dolor, le ordené que no opine.

El pequeño hombrecito gritó chasqueando los dientes.

—Si los hubiese considerado familia, los hubiera heredado formalmente. Ella reclamó lo que era suyo. Miranda organizó todo para que la vida de ellos dependiera de la vida de él. Si moría quedarían indefensos —dijo inerte.

—¡Eso prueba que son inocentes!

—Sube. ¡Que terco que es!

Inerte vio cómo se retorcía el infeliz, pero no sabía que era el dolor, igual se compadeció y en secreto bajo el volumen de dolor, le fue imposible comprenderlo, pero entendía.

—Ahí te enteraste que Miranda tenía un novio… por eso llorabas como una Magdalena. Y tampoco te dejó nada. No quería a nadie y lo mataron por las huevas —dije llevado por el sadismo.

—Ellas planearon su muerte. Ellas lo mataron, ¿Quién ganaba con su muerte? El caso es que ahora son dueñas de todo. ¡Nos ayudaron a ir al funeral para grabarnos y entregar nuestra identidad a la policía!

—Quizás, pero la codicia no es delito —agregó inerte.

—Me ha hecho dudar. Suéltalo. Regresa a tus películas. No nos volverás a ver —dije mintiendo.

—Espera… yo… —dijo el pequeño recobrándose a sí mismo luego de que se fuera el dolor. El dolor nos saca de nosotros, como la muerte.

Comprendí que quería.

—Ve al auto y espérame frente al cine, ¿tienes con que pagar? —le dije al pequeño hombre.

—Sí, ya es tuyo —dijo con lágrimas en los ojos ahora llenos de lujuria.

Detrás de ese cine saqué al aire algo pesado y oscuro y él se arrodilló aterido de la tortura y humillado, nada lo excitaba más, solo le daría unos minutos y lo dejé hacer, separé mis piernas gruesas para que pudiera empezar, miraría al cielo hecho de cemento hasta que terminase, sentí como manipulaba mis pantalones con experiencia. Ya tenía los muslos gordos y peludos al aire.


 A eso venían todos a este sitio. Sufría ahora de otro modo al sentir algo tieso por su esófago, una lágrima de ahogo salió de ese hombrecito que tanto había sufrido. Parecía disfrutar el sufrimiento. Y descargué el deseo que aquellas películas encendieron en mí, haciéndolo toser, la furia debía salir, y la sesión de tortura me había encendido aún más. Regresé al auto con las orejas rojas. Le di la dirección a inerte y empezó a manejar.

—¿Quién era ese?

—Un inútil, no logré saber nada de como capturar a esos dos idiotas. Solo que son inocentes.

—¿Y así los buscarás?

—Los buscaremos, casi nunca vamos por culpables. Ya lo sabes.

—Ese no era tan tonto, logró lo que quería de ti.

—Le costó caro, me daría vergüenza decírtelo si no fueras una cosa.

—¿Pero de dónde salió?

—De un video. Te los mostraré. —Lo proyecté en las lunas delanteras del carro.

Inerte cambio de cara al verlo, parecía atravesado de miedo y dolor, cosas que sabía que no sentía.

—¿Qué pasa?

—Déjeme verificarlo, ¿Puedo enviar esto a Claude?

—Está muy lejos, lo trasfirieron o escapó a no sé qué lugar, inténtalo.

Sí son ellos, los que nos quitaron las armas mientras investigábamos en las escaleras ¿eran los amigos de Miranda? —preguntó Claude desde muy lejos.

Escuché incrédulo.

—Volvamos a la escalera, acelera.

—Ellos vivían con Miranda ¿por atacarnos son culpables?

—Los busco porque se me ordenó hacerlo. Obedecer es vivir. Eso vale también para ti.

—Obedecer no es vida.

—Eres más inteligente que yo, pero no estás vivo, no lo entiendes.

—¿Y tú estás vivo?

—Qué pregunta ¿Tú sientes dolor, frío, calor?

—No.

—Yo sí. Por eso estoy vivo. Nosotros somos conscientes del mundo Uds. No.

—¿Un ser inconsciente podría conducir?

Dude. Recordé en ese aforismo de las cajas chinas, una máquina aparentemente es capaz de entender el idioma chino, pero realmente no, solo aplica un ciego algoritmo, el idioma es algo muy lejano a su comprensión, sino diríamos que un diccionario entiende el chino. Cuando conversan no hay conciencia de lo que dicen, aunque lo que diga sea inteligente.

—Solo son función, nada más, nosotros también tenemos una parte nuestra muerta, una mente silenciosa como la de las máquinas, mi amigo Claude, a raíz de un golpe tenía su mente no consciente unos segundos desconectada de la consciente, por eso su cuerpo actuaba antes que su pensamiento. Dicen que todos somos así pero no es cosa de segundos, sino de microsegundos —dije y calculé la hora así medí el tiempo que le toma a mi cuerpo informar a mi mente.

 —0,03 segundos. 

Inerte se sintió humillado, o lo pareció.

—El problema de la caja china es una cojudez —dije pasándole un brazo sobre el cuello para confortarlo.

Llegamos al puente que llevaba al río.

—Si no están ubicables están en esta zona adonde no llega los radares —dije y bajamos del auto.

Inerte tembló al recordar.

—¡Baja! —hasta tu miedo es falso.

Ahí bajamos a los reinos del río invisible. El Rimac secreto. Una gota cayó en mi cara, el reino del agua se anunciaba y su secreta caída al abismo, no todo era oscuridad, unos gusanos bioluminiscentes daban una minúscula claridad verduzca. Todavía era una ciudad hundida a medias, en esa oscuridad el río decidía caer y formaba una catarata delicada que en tales sombras tan solo era ruido, luego se ramificaba secretamente en minúsculos arroyuelos que iban bajando por la arquitectónica de esa ciudad muerta, por esa arqueología de nuestro mundo, que es la memoria olvidada de nuestra ciudad. Suavemente, el agua recorría veredas, escaleras y placitas, de esa Lima que se ahogaba dulcemente, como un suicida entrando en su anhelada musa que es la nada. Centellantes gotas caían de sus monumentos, y una catedral quebrada, dejaba salir por sus puertas de piedra un murmullo líquido y traslúcido, que se derramaba delicadamente en toda aquella plaza ladeada, como queriendo acariciar toda la ciudad antes de dejarla, como un alma saliendo de un cuerpo de piedra y cemento, que en esa oscuridad moría.

—¿Aquí murió Miranda?

—Aquí hallaron su cuerpo.

 —Continuaremos buceando, esta zona ya se examinó, ¿no necesitas equipo verdad?

—No, sí lo necesito, respiro aire, traje mi oxígeno, durará una hora.

—Veo que no era fácil que Miranda se ahogara, sí fue planeado, ven conmigo.

Ahí nos hundimos en esa agua estéril, la Lima sumergida era enorme y estábamos cayendo en ella, era fácil perderse al recorrerla, buceamos de la mano, por túneles que acaso eran calles, manos de estatuas nos rozaban, escaleras invertidas, direcciones movidas de lugar, ventanas que parecían puertas, y evanescentes edificios que ya eran rocas monolíticas, todas trataron de perdernos en la profundidad, hasta que vimos un cielo plateado, un espejo que se balanceaba sobre nuestras cabezas y sobre la ciudad ahogada, era aire, emergimos a una bolsa de aire y al emerger vimos que estábamos dentro de una especie de plazuela futurista, con un parquecito aprisionado  entre edificios  angulosos y de racional lenguaje, cerraba la plaza un cuarto edificio, una especie de acantilado de piedra, era la fachada de una iglesia antiquísima, cuyas caprichosas esculturas barrocas le daban el aspecto de un arrecife pétreo, poblado de santos y animales míticos. 

En la plazuelita mojada, había unas bancas. Sentimos el poquísimo oxígeno, así que nos sentamos para no ahogarnos y desmayar, en la banca habían escrito algo con una piedra, pero estaba casi borrado. Repuestos, nos levantamos a explorar, había palabras escritas por todos lados en idiomas desconocidos, no parecían palabras sino garabatos desesperados.  

—Debo empuñar mi arma —pensé, y busqué en mi cartuchera. Demonios no estaba, 0,03 seg después me invadió el terror—. El hombrecito… maldito gusano. Me desarmó.

—Le dije que logró lo que quería de Ud.

—Pero qué perro, ya volveremos por él, está muerto. Estamos desarmados, debemos irnos de inmediato.

—Si aquí murió, veo que se ahogó por falta de aire no por el agua, por eso la familia no permitió la autopsia. Me desvanezco.

—Veo restos de comida. Tanques de oxígeno usados. Sus “amigos” venía una y otra vez a este lugar.

—No venían, están aquí —dijo inerte muy bajito.

Ahí sentí el miedo en los huesos.

Sentimos varios balones de gas abrirse. Llenaban la cámara de aire para la lucha.

—Prepárate.

Apareció la bestia y detrás el falso sobrino y el gordo. Parecían arrepentidos.

—Somos inocentes, solo vinimos escapado de la injusticia, no hay donde ocultarse en Lima. ¡Déjennos! —dijeron Esqueche y Rospigliosi, el fibroso y el gordo que se revelaban.

—Quien les dijo que nos importa su inocencia

Dudaron.

—Así es nuestro trabajo.

Desengañados de toda esperanza atacaron al pequeño, pero este ya sin el deber de cuidar un arma luchó con fiereza, el grandote venía por mí, debía evitar que me hiciera caer. La bestia me golpeó primero, lo dejé para saber cómo atacaba, debía recibir algunos golpes para conocerlo, pero uno fue demasiado demoledor. Pelear sin aire parecía difícil, pronto se revelo imposible. Pero ya mi cuerpo lo entendía, ya lo golpeaba con mucha fuerza. Pero era como pegar a una pared de piedra, luego me asestó un golpe en la oreja y sentí que esta se había roto. Giré para amarrar su cuello con mi brazo ahogándolo y de ser posible romperlo, lo había hecho muchas veces con hombres así de fuertes, pero ahora no era posible, su cuello tenía un grosor bestial y nos enredamos mientras le daba puñetes y recibía los suyos. El aire ya se acababa, pero no dejé de golpear su nuca, ya estábamos abrazados, no debía dejar que me haga caer. Es animal inmovilizaba con su peso. Pero mientras amarraba su cuello con uno de mis brazos, tan rígidos y gruesos como para ahorcar a un toro, vi que no se desvanecía, y sentí el peso de la bestia ladeándose para hacernos caer, y caímos. En el piso amarró mi cuerpo con el suyo, ya estaba en ventaja, aproveché la caída antes de que me inmovilizara para apretar las venas de su cuello, hundía mis dedos en su garganta, cortando el suministro de sangre a su cerebro, pero esa bestia no peleaba con su mente, sino como un pollo sin cabeza forcejeaba y pateaba solo con su cuerpo. Sentí su piel se juntaba caliente a la mía. ¿Cómo puede ser que esto no sea lo real? pensé.  En unos segundos uno de los dos se ahogaría, sería yo, había notado que no tenía forma de matarlo, ahí sentí el primer disparo, reconocí el sonido del arma. Era de Claude, pero no sentí el viaje de la bala por la carne del animal y la mía. Pero algo se rompió en ambos. Esta ventaja liberó un brazo del animal, ya teniendo espacio para darme con un puño en la cara, luego otro, aguanté, pero ya mi mandíbula se empezaba a desencajar de tantos golpes brutales.

Otra bala, esta torpemente no nos dio. Pero atravesó a inerte demoliéndolo.

Me hago viejo —pensé— solo se pelea si vas a ganar…

No pude evitar un terrible codazo de la bestia con todo su peso en mi cara. Quedé un segundo indefenso e inmóvil ya sin aire, —un segundo es mucho tiempo—, pensé y empecé a dar golpes bestiales y desesperados sobre eso que estaba ya sobre mí, debía salir de esa pose urgentemente pues ya él metía su cintura entre mis muslos, sentía sus partes íntimas en las mías. Ya sus puños subían y bajaban a mi cuerpo llenos de sangre. Solo el ahogo lo detuvo un segundo. Sus pulmones ya estaban vacíos. Necesita respirar como inerte. Aproveché y contraje todos los músculos en mi cuerpo y con esa fuerza lo empujé fuera de mí violentamente, la pared de roca se derrumbó y quedé libre, no tenía aire, pero caído sobre él ahora, golpee su cara, sería mi último golpe, ya no podía más, pero logré retorcer mi cuerpo hacia atrás y luego poniendo toda mi fuerza en un codo, martillarlo demoledoramente, él por fin se derrumbó y pidió una tregua.

Se irguió abrazándome de tanto dolor.

—Dame un minuto. Ya ganaste.

—Ok —dije. También quería ese minuto.

—¡Devuélvanme el arma!  —ordené.

Los otros dos aterrados me la alcanzaron. Ahí vi que habían disparado a inerte. Pero aún funcionaba y se había levantado. Puse la última bala contra esa cosa grande que moría.

Espósalos inerte, los mataría si las órdenes no fuera llevarlos — inerte, tenía movilidad en solo un brazo, el resto del cuerpo ya casi no se reconocía humano, pero casi a punto de caerse en pedazos, los esposó.

—Ven acá, abrázame.

Lo abracé como a un hijo, lloró de emoción pegándose a mi pecho, estaba totalmente destruido, solo quien ha entrado en la guerra entenderá estas ternuras viriles.

—¿Esposo a este también? —dijo y me asombró pues se veía completamente desintegrado, a poco de no poder moverse.

—No.

—¿Para qué volvían? Habla, ya vas morir —dije a la bestia apuntándolo.

—Ya los tenemos ¿Para qué interrogarlos? —preguntó inerte.

—La verdad no es verdad si nadie la dice.

—Miranda descubrió algo acá, sobre nosotros, pero no cambio, ahí nos decidimos, no había aire para todos, nos habló durante los minutos que se le agotaba el aire. De ayudarlo nosotros también nos hubiéramos ahogado, pero a él no le importaba, ordenó ayuda, luego perdón, entiende, él nos humilló por años. Era una bestia. Disfrutaba haciéndonos sufrir, más luego de saber el secreto sobre los golems. Pero no lo matamos intencionalmente, fue un accidente. Aunque lo merecía, era una cosa mala. No teníamos valor para él.

Cogí el arma y le disparé, no era posible llevar buceando a tan grande animal, además nadie lo buscaba. Los otros dos temblaron.

—Vámonos, en la comisaria lograrán curarte… eres difícil de destruir —dije a inerte cariñosamente.

—Déjame aquí. Sabes que nadie me va a reparar.

—Soy responsable de las cosas del cuerpo. No quiero deberles una herramienta ¡Vamos!

—No soy una cosa. Déjame hace años que quiero morir.

—No estás vivo, no puedes querer morir —grité desesperado de no poder entenderle ni ayudarle.

—Estoy vivo, no como Uds, de otro modo y ya no quiero estarlo.

—No —dije sin entenderlo. Me dolió algo dentro. Debajo de tantos golpes recibidos solo eso me dolió esa noche.

—Te lo ruego… no sufriré ni sentiré dolor. Cuando se consuma el oxígeno restante me apagaré en paz. 

—Vive amiguito, si la vida no vale ¿Qué vale?

—La vida es estar conectado al mundo. Saberlo… yo no quiero saberlo más. Perdóneme, deberás pagar mi valor al cuerpo de policía…

       Até a los dos y buceé sacándolos, en el auto los amarré uno contra el otro y los conduje a la comisaria. Supe que ni bien llegaron los ejecutaron. No entendí a inerte, la cosa me sobrepasaba, pero respeté su deseo. Hasta una máquina tiene derecho a morir cuando quiere morir, necesitaba a Amparo

 

********

Estaba ya en el camerino de Amparo. La diva ya se había desmaquillado. Era todavía más hermosa así. Una vez más me ayudaría a comprender este mundo, a conectarme con él, sin ella y sin mi arma no podría ser policía.  Estar desconectado del mundo es estar muerto, ella me daba vida con sus palabras.

Me explicó todo.

—Creo que cometí una injusticia al capturar a esos dos. El mayor culpable siempre fue Miranda.

—Sí, pero ellos lo mataron.

—Sería un crimen sin lógica, no ganaron nada con esa muerte.

—Sin lógica, como ellos, los delincuentes piensan de otra forma, además, odiaban ser sus sirvientes, organizaron el viaje, ellos lo dejaron sin su chaleco salvavidas, ellos cortaron la soga, lo llevaron a esa campana de aire y lo dejaron ahogarse ahí, ellos eran máquinas, por eso nuca Somnia no pudo localizarlos, y no sabían tampoco que su dueño tenía vida, las máquinas no tienen como saber que nosotros estamos vivos, solo comprenden la suya. Volvieron varias veces, pues, en los minutos que le quedaba de vida, Miranda dejó señales en esa plaza, pistas en otros idiomas que esos ignorantes no comprendían, volvieron una y otra vez a buscarlas y borrarlas, soñaban con la vida de su amo. Siempre atentan a esas personas de forma torpe, y se perjudican ellos mismos, es más el odio que el interés. Eran seres ruines, pero fueron brutalizados por años, Miranda descubrió el secreto de la vida de las máquinas y creyeron que, al saberlo, los trataría mejor, pero no fue así, fue peor, el sádico se ensaña con lo más sensible, ahí decidieron matarlo, pero ¿quién convive cómodamente con rufianes y logra hacerlos sufrir?

—Un rufián peor, un corazón lleno de gusanos… ¿Y el pequeño?

—Ese es solo un hombre enamorado y no correspondido, déjalo ir.

—Y mi amigo inerte, ¿Era solo una cosa? Yo permití que esa máquina se suicide, pero supuse todo el tiempo que no sentía, igual me dio pena.

Amparo me acarició la cabeza.

—Tu amigo siempre estuvo vivo. Te lo voy a explicar. Una máquina es un artefacto que se relaciona con el mundo como la Luna con la Tierra, interaccionan, una afecta a la otra sin saberse mutuamente. Las máquinas comunes son así, pero las máquinas inteligentes almacenan huellas de esa interacción, como una cámara de fotos, no sienten colores o sensaciones, pero algo cambia dentro de ellas, ese algo es su consciencia, su vida rudimental. Y ocurre en toda máquina inteligente, hasta en las más simples.

—Sí, comprendo Amparo —contesté.

—Pero pensemos al revés, esa interacción lleva del mundo a ellos algo cognitivo, una serie de cambios o movimientos internos, nada más. Eso es el mundo para ellas su experiencia rudimentaria del mundo muy diferente a la tuya, esa es su realidad. Y así es para los humanos también, son máquinas orgánicas que captan datos del mundo, esto mueve algo dentro suyo, algo que registran como colores, sensaciones, olores o texturas. Pero no experimentan el mundo como es realmente, solo registran cambios dentro suyo, en el mundo no hay nada de eso. Un ser consciente en realidad está solo. Eres tan consientes como las máquinas, tan muerto como ellas, como tu amigo. También estas muerto. O la vida es esa poca cosa. Eso fue los que descubrió Miranda.

—La vida es esa poca cosa —repetí. Era lo único que logré comprender. Y por qué Amparo no vivía arriba.

*********

“Así como nosotros no podemos ver la vida de las máquinas, ellas no pueden ver la nuestra” había dicho Amparo. Pensaba esto frente al monitor apagado de Somnia cuando un grito me saco de mi letargo.

 

—Macho Paredes, dejarás las calles, eres un inútil, has de pagar la perdida de la inerte, alégrate, no valía realmente mucho, te pondremos un tiempo de escolta, solo tendrás que conducir un carro —dijo el comisario riendo.

—¿Para quién?

—Para la mujer del jefe. Ya te está esperando.

Entré al carro asqueado de lo que había aprendido, solo somos máquinas tratando de raspar la realidad. Ahí en el espejo vi sus ojos, bella y sofisticada como una garza, envuelta en costosas ropas. Me perdí en esas formas y colores ¿cómo será realmente eso que produce ese cambio en mí? Pero esa apariencia me regaló una tímida sonrisa de bondad. Quedé embrujado por esa imagen que removió algo en mí.

—¿Qué hora es? —preguntó Milagritos. Contesté sin mirar el reloj. Ahí, el carro se hundió en ese jazz derrotado que dibuja Lima y yo en ese amor que tan poco duraría.

Debajo nuestro, se escurría delicada y secreta, la sangre cristalina e invisible de la ciudad.

 




[1] Personaje prestado de una obra inédita de escritor Glauconar Yue, que ayudó a redondear esta historia.

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