LAS AVENTURAS DEL MACHO PAREDES 4: LA VIDA DE LAS MÁQUINAS
LAS AVENTURAS DEL MACHO
PAREDES 4: LA VIDA DE LO INERTE
Música recomendada para la lectura: Dinah Washington Mad
About the Boy
La
ciudad de Lima se dibujaba como un jazz derrotado, yo caminaba con precaución
por la parte más hundida de la ciudad, la parte cerca al río, investigaba sobre
un crimen, la nebulosa muerte de Miranda, pero el verdadero misterio era la
misma muerte, no sus circunstancias o protagonistas ¿Qué acaba de verdad cuando
morimos? ¿Cuándo nos desconectamos para siempre del universo? Este era el mejor
lugar para buscar respuestas, pues dicen que este río subterráneo devela
secretos, y aunque la gente teme venir, viene por respuestas. Hay en el suelo
cartitas con solicitudes, preguntas, ofrendas, los supersticiosos creen que de
algún modo este río invisible entrega las respuestas que buscan, por eso su
mote de apu—hablador, esperan pequeñas revelaciones, una raquítica gnoseología
mueve a las personas, un deseo de conocer, eso quizás sea estar vivo, saber
algo de allá afuera. Tonterías, yo vine a este lugar malo porque aquí se ahogó
Miranda, o lo ahogaron. La policía estaba loca por conseguir un culpable, pero
no en saber la verdad. La oscuridad se decantaba de las alturas y se asienta en
esta zona de Lima, en estas aguas negras que en secreto recorren los debájos de
nuestra ciudad. Una abandonada escalera de piedra servía para salir o entrar en
esta zona, subía dando un giro sobre sí misma, ocultando su parte superior, era
perfecta para emboscadas, había que ser muy cauto al entrar o salir por ella, a
la región del bajo puente. En los primeros peldaños escuché lo que tanto temía,
violencia viva y sin estilismos, subiendo y volteando estaban golpeando a
alguien, gemidos, ahogos, ensañamiento, retrocedí hasta un nicho en la
oscuridad, solo la punta de mis zapatos espejados se revelaban, bajo ellos,
entre el cemento, se escurría el agua de este río invisible para los limeños,
el agua del Rímac que buscaba ahora el centro del planeta, se escurría
al mar que lo esperaba ahora en los abismos de la Tierra, adonde había caído hace
ya miles de años. Nuestra podrida ciudad tenía debajo otra más antigua, ahí
nadie vivía ni era explorada, pues estas aguas anóxicas la inundaban, sus
plazas y calles, sus palacios en escombros, sus habitaciones y estatuas, todas
bajo un agua que las recorría en su última muerte. La Lima abismal, que disolvía
este río triste.
Debía esperar un poco a que
termine el asalto. Apreté mi pistola por si hacía falta.
*
Unos minutos antes…
Dos policías ya de franco subían
la escalera, el rubio Claude [1]Germain,
alto y carnudo junto a su acompañante, un enclenque muchacho sin ninguna
notoriedad, cuyo uniforme parecía quedarle grande como a los actores
improvisados que actúan de policías en algún teatrín de burdel, lo llamaban
burlonamente “inerte”.
El
rubio Claude levantó una ceja mientras subía, su cuerpo se adelantó un segundo a
notar esos ruiditos apañados de arriba, pero su mente lenta demoró un par de
segundos más en entenderlo, antes de eso atacaron, un hombre grandote e
inverosímilmente ancho lo empujó contra la pared, parecía que lo chocaba un
auto. Contra ella, la bestia empezó a golpear su cabeza con brutalidad para
desmayarlo. El pequeño policía inerte ya había sido cogoteado por un
fibroso delincuente y ya estaba contra el piso mientras un tercero, de una gordura
vulgar lo pateaba en las costillas, el pequeño policía se ovilló protegiendo su
arma. Claude había desabrochado la suya y la soltó al piso antes de fingir un
desmayo. Un segundo después se dio cuenta de lo que había hecho. Perder el arma
era perder el trabajo. Igual fingió caer resoplando para que lo dejen en paz.
Pero la bestia puso una gruesa rodilla sobre su espalda poniendo todo su peso
sobre él y empezó a golpearle la nuca como un martillo contra una nuez. Claude
sintió un crujir peligroso, debía liberarse, se giró como pudo, quedando cara a
cara con esa bestia y empezó a destruir su nariz con golpes de puño, pero sus
toscos golpes no parecían dolerle ni detenerlo.
—¡Solo
coge el arma animal! No lo mates —dijo el fibroso. Pero la bestia no escuchó.
Golpear es casi tan extenuante como ser golpeado y le tomó pocos segundos
quedarse sin aire. Ahí, por unos segundos, la bestia agotada se derrumbó
abrazando al cuerpo de Claude que también lo abrazó, parecían desfallecer uno
sobre el otro. Así que el bruto lo rodeó debajo de los brazos triturando sus
costillas con un bestial abrazo. Para dominarlo mejor metió su cintura entre
los muslos de Claude, pero un brusco cansancio lo hecho de nuevo sobre el rubio
que se quedaba también sin aire, pero se aferró a la enorme espalda de la
bestia para no ser golpeado por un rato. El acercamiento al cuerpo impedía los
golpes, pues estos necesitan cierta distancia para ganar velocidad, esto juntó
sus cabezas y casi sus bocas.
Como se
parece el sexo a la violencia —pensó el pequeño inerte.
Este ya tenía molido el cuerpo, aun así, se negaba a dejar que cogieran su
arma. Esta valía más que él.
—Cógele
el arma bruto, ya la tienes, ayúdanos con este policía terco —dijo ahora el
gordo. El bruto tenía a Claude en pose de misionero. Pero ya debía dejarlo,
alzo un brazo brutal haciendo un arco temible de músculos y grasa tosca. Lo alzó
al máximo y lo bajó en un milisegundo, el puño cayó en seco en la cara del
rubio haciendo un ruido seco. Todo el armazón de aquella cabeza estuvo a poco
de desencajarse, pero la estirpe de esos hombres grandes había evolucionado
para la lucha. Una cruel y milenaria selección natural los hizo fuertes, de
orejas chicas para no salir volando, sus ojos bien recubiertos por huesos y
piel que los encapuchaban para no romperse ni salirse, una nariz chata para no
hacer palanca en las peleas y dado que la mandíbula es un hueso flotante, esta
evolucionó haciéndose maciza y asida con poderosos músculos a la cara, que la
fijaban fuertemente. Así que Claude sobrevivió a ese golpe semejante a una gran
piedra caída desde muy alto. Y siguió consciente para ver la carnicería que
harían con el pequeño inerte. Este era enclenque, no había sido
diseñado muy hábilmente para la pelea, estaba boca abajo esperando el ataque de
la bestia protegiendo neciamente su arma, su uniforme policial ya estaba lleno
de sangre, el bruto empujó a los otros dos y se sentó sobre inerte aplastándolo,
luego lo golpeó con un codo para hacerlo desfallecer. Pero este resistía. Por alguna
razón no se desvanecía, y el bruto quedó perplejo. El rubio desde su fingido
desmayo, vio como le pisaron el cuello y como los bestiales muslos de la bestia
lo asfixiaban mientras con una mano libre le desfiguraba la cabeza a puñetazos.
A pesar de eso no soltaba su arma, ni se desmayaba, el fibroso empezó a clavar
algo en la carne de tostadora haciéndolo estremecer con cada puntada. Claude no
se compadeció de su compañero. El bruto
tenía la fuerza descomunal dada por el frenesí de atacar. Finalmente, el
pequeño no pudo más. Ahí el tercero agarró el arma.
—Cógela.
El
gordo goruta cogió el arma
—¡Ya
vamos! Te dejamos si sigues.
El
grande jadeaba de placer asestando golpes ya sin fuerzas, cansado como un
amante que hubiese dado todo su ser en el amor. Se separó con dificultad de su
víctima y se fueron los tres. En la oscuridad pasaron a centímetros de Paredes
que en la sombra permaneció invisible y los vio correr a una claraboya en el
reflejo de sus zapatos charolados, escapaban a la zona sumergida de Lima. Solo
ahí empezó a subir.
**
Les
habían robado sus armas. Valiosísimas para los delincuentes. Nadie fabricaba
armas, y los de arriba no exportaban ninguna tecnología a los de abajo desde
hacía décadas, así que perderlas era dejar de ser policía. Y el día que los
delincuentes robaran todas, ya no habríamos más policías. Eso tendrá que pasar
en algún lugar del futuro. El rubio se había cubierto la cabeza con la camisa
caqui, sus galones se ensuciaban de la sangre que salía de su nariz, sin
camisa, solo el vello cubría su pecho voluminoso cubierto con arte por un
diseño de pelos rubios. Nada más viril que la semidesnudez militar, músculos y
sangre. Le tomó unos segundos recuperarse de la asfixia y el miedo, y ahí me
vio que examinaba al pequeño.
—Es
increíble que este siga vivo —le dije.
—No te
preocupes por él Paredes. Él no siente dolor. No sabe lo que está pasando
realmente. No es muy fuerte, ni inteligente, pero es casi imposible matarlo. Es
un modelo barato, pero ya no hay de mejor calidad en el cuerpo policial.
—Supe de
una epidemia de estos muñecos.
—Fueron
suicidios. Qué paradójico —dijo Claude.
El
pequeño tenía además cortes abiertos muy grotescos de ver, todo había ocurrido
en un puñado de segundos. Yo los había contado mentalmente con exactitud. No
creyeron que todo eso hubiera durado tan poco. Que mierda importaba.
—Paredes
—me dijo el rubio humildemente bajando la cabeza— vinimos por lo de Miranda, su
investigación y…
—No
digas nada Claude, ya sé lo que paso. Toma. —Le alcancé un arma al rubio—. Me
debes tu culo, y ya te cobraré, al chico le conseguiremos una hechiza.
—No la
aceptará. Es policía verde como en la vieja escuela.
—Vamos.
—Cogí al pequeño y lo puse cariñosamente sobre uno de mis hombros, pesaba como
una pluma, lo llevaría cargado a la comisaria. El pequeño se sintió tan
vulnerable en mis manos, como antes con esa bestia que lo tuvo sometido.
—Gracias
—dijo—, ya no daré más molestias. Ya no seré policía.
—No
puede ser otra cosa, un martillo se fabrica para ser martillo o nada. No sé qué
se complican, Miranda solo se ahogó explorando los barrios sumergidos —dijo
Claude.
—Sí.
Olvidó un chaleco flotador y una cuerda se rompió en el peor momento, eso es
todo. No sé por qué han ordenado capturar a esos chicos que vivían con él. Son claramente
inocentes.
—Los
poderosos. Ya te contaré.
—¿Y qué
buscaba Miranda realmente abajo?
—Eso es
lo más importante pero nunca lo sabremos. Y estamos prohibidos de averiguarlo. Pero
dicen algo sobre la muerte o la vida de las maquinas, creo descubrió que ambas
cosas son la misma. Y que revelaba algo sobre nosotros.
—Cojudeces
Claude. Pero quizás por eso lo mataron.
Y
así enrumbamos a la comisaria. Ser policía es aceptar la incertidumbre y
renunciar a toda curiosidad.
***
En la
comisaria curaron al rubio.
—Tu arma
—dijo el comisario, un chino grueso con bigotes y con una voz increíblemente
ronca.
—Esta es
—dijo Claude, el comisario notó que era otra, pero se hizo de la vista gorda.
—Tú —le
dijo al pequeño inerte, este declaró que había perdido su arma, los ojos
rasgados del comisario se aguzaron con odio. No era realmente chino, sino una
especie de eslavo mezclado con mongoles en un remoto pasado. Su espalda
musculosa se torcía quebrándose antes de un trasero abultado y duro, con la
fuerza de esa espalda dio una potente bofetada al pequeño que cayó al suelo. No
pudo aguantar su odio.
—Que gastadera de plata en este cojudo, serás
sancionado, ¡pero pagarás los gastos sirviéndonos por el resto de tu vida!,
cúrenlo rápido, mañana vendrá a trabajar. Un arma gastada en este artefacto de
segunda…
Yo
no entendía nada. El rubio fue narcotizado para su curación, pero no tenía
daños realmente importantes. Al pequeño nadie lo anestesió.
—No te
preocupes Paredes, no siente nada —dijo Claude, que al día siguiente supimos
que escapó a una comisaría lejana cansado del caso Miranda.
****
Al día
siguiente me presenté ante el comisario. Otra vez debía capturar a dos
evidentes inocentes. Me asignaron al pequeño como ayudante, no serviría de
nada, pero me gustó la idea. Ver su torpeza ingenua me hacía sonreír.
—No te
preocupes, yo te trataré bien —le dije.
—Eso no
hará diferencia, señor. Es este trabajo el que me mata. Quiero que termine.
—Qué
extraño eres.
—Soy un golem.
—¿Un
qué?
—Soy un
muñeco, no siento, no veo colores, no siento sabores, no sé qué es calor o
frío. Doy una máquina.
—Pero no
eres ciego... ¿Cómo es posible?
—Una
cámara puede filmar, pero no ver, así es posible— agregó el comisario que
entraba como un matón.
Inerte,
asintió ahora con ojos ya evidentemente artificiales.
—Pero
soy inteligente, bueno no mucho, pero conciencia artificial no es igual a
inteligencia artificial.
—Y la
inteligencia artificial que han inventado se parece a la estupidez natural
—agregó el comisario callándole la boca, era claro que lo odiaba y lo humillaba
sin descanso desde hace mucho—. Un algoritmo que imita el pensamiento humano y
responde lo que supone que la gente quiere que responda es dolo estupidez
artificial. Las máquinas nunca pasaron de ahí, jamás se inventó la inteligencia
de verdad. Mejor, ¿dónde quedaríamos hombres como nosotros si se vendiera
inteligencia artificial?
—Estaría
endeudado de por vida —agregó calladamente inerte.
Sonreí.
Algo me simpatizaba del pequeño golem.
—Les diré lo que sabemos de
nuevo. Pero esto es formal solo atrapen a esas ratas: Miranda apareció ahogado
en la zona sumergida de Lima, no tenía permiso ni equipo adecuado para esa
tarea, dado que es la zona más desconocida de Lima, es el mejor lugar para un
asesinato. De eso se deduce que lo asesinaron.
Yo dudé
del argumento, pero no supe cómo refutarlo. Inerte comprendió el error
de razonamiento, pero calló.
—¡Sálvenme,
sálvenme! fueron sus últimas palabras —dijo ese chino gordo imitando una voz
afeminada y ridícula, burlándose— a su sobrino Esqueche y su “amigo”
Rospigliosi, ambos detenidos preventivamente y equivocadamente liberados.
Estaban en una laguna subterránea, en el Rímac, hubo un tercer
implicado, pero nadie sabe su identidad. Así que no lo busquen —otra vez dudé
del argumento—. Pero eran todos sus ayudantes y sus mantenidos. Miranda vivía
arriba con los jefes, pero algo lo hundía, le gustaba acá abajo y no solo eso,
quiso explorar más profundo y ahí murió, no había otra forma, era muy profundo,
anal-itico, su corazón ya debe estar lleno de gusanos, jeje —dijo ese
chino tosco riéndose y sus ojos pequeños casi desaparecieron con la risotada
feroz.
—Solo el
sobrino y el amigo tenían chalecos para no ahogarse. Además, se quedaron sin
combustible o algo así. Solo la madre y la hermana han descendido para cooperar.
“Me siento muy orgullosa de mi hijo” dijo —otra vez ese hombretón se burlaba
haciendo voz de mujer vieja—, pero exigió justicia y la condena para los dos
ayudantes. La hermana estaba desconsolada y era un manojo de nervios, ahí todo
se enreda, ni lo entendí ni lo entenderán ustedes, no importa, captúrenlos.
Búsquenlos como sea y tráiganlos. Acá la ley ya los sentencio. Cuando se mata a
alguno de arriba no hay juicio ni proceso, y se ejecuta al acusado en el
calabozo. Ellas entregaron hace poco un video del funeral. Nada entendí. Así
que no hay nada que entender —concluyó otra vez ilógicamente—, pero solo tú lo
miras no ese golem.
Lo
miré, no había nada valioso en él o era tan bruto como el comisario.
—Tienes
solo un día para hacerlo.
—¿Qué
haremos? —dijo inerte con cándida desorientación.
*****
No sabía
cómo empezar. Debía llamar a Amparo. En secreto me ayudaba a resolver los
casos, la voz sensual y arenosa de la diva contestó amable, trabaja en un show
barato para un público todavía más barato, pero la sofisticación de su acto
hacía sospechar que otra cosa la traía aquí, acaso una misión que requería años
de inteligencia, cosa que le sobraba.
Acaso hacía años ese plan fracasó y ella decidió quedarse acá, o algún
amor la retenía, una deuda, poco sabía con seguridad de Amparo, pero, sabía que
de algún modo trabajaba para los jefes, el caso es que se apiadó de mi torpeza
uno de esos años de mi juventud y siempre me ayudaba.
—Quiero
que veas un video de un funeral.
—De
Miranda.
—Sí
¿Cómo sabes?
Amparo
no contestó al otro lado del teléfono, su mente inteligente ya penetraba lo
invisible, miró el video del funeral con esos ojos perspicaces delineados con
un elegante maquillaje que incluía polvo de oro: La hermana llorando
desconsolada. La madre estoica, pero como siempre vio cosas que yo no vi.
—Veo
solo hombres en ese funeral… —dijo con su voz de terciopelo— algunos
aparatosamente emperifollados. El sobrino y el amigo asintieron al funeral,
pero se mantuvieron lejos de la madre y la hermana, detrás de unas flores,
ocultos. Asistieron antes de desaparecer. Alguien los ayudo a subir. O la
familia o el gobierno.
—No lo
había notado.
—Busca
rarezas en la realidad, las mínimas imperfecciones de la apariencia delatan las
mentiras: hay un tercer personaje, un hombrecillo sollozando exageradamente.
Nadie más llora.
—Veo.
—Por los
zapatos y la ropa vino con los sospechosos, de abajo, en ningún momento se
acerca a la madre a darle las condolencias, solo cuando esta se va, se acerca
al féretro a llorar, el funeral fue arriba, corrieron riesgos para asistir, y no
pudieron subir solos. Busca con Somnia la ubicación de ese hombrecillo.
Si no está acá abajo, es el culpable o sabe algo.
Nada
más dijo. Pude adivinar el delicado perfume de su camerino, y acaso ese
extravagante licor verde cerca suyo, que a veces, era su única compañía, imposible
de conseguir abajo.
*****
Somnia era una
máquina de una vieja generación consciente o inteligente. Nunca entendí la
diferencia. Incapaz de movimiento como un cerebro en una cubeta, solo se le
permitía pensar. Su aspecto era como el de una destartalada congeladora.
—Somnia
¿Quién es este tipo y dónde está? —Mostré su rostro
a los múltiples ojos de vidrio de la máquina.
—Su
nombre es Mr. López. —Vi en el monitor su dirección actual, al nacer, como a
todos, se le implantó un chip que permitía localizarlo en tiempo real, no era
posible extraerlo, pues era una secuencia en su propio ADN, que las máquinas de
vigilancia permanentemente ubicaban.
—Quiero
que me consigas un patrullero de 2 asientos para buscarlo.
—Ya lo
tienes.
—Gracias,
debo apagarte. —Un silencio fue su respuesta, y luego:
—No,
dame unos minutos.
—Está
bien.
La
máquina parecía suspirar como si paladeara los minutos que estaba viva. Era una
ilusión, carecía de mente como toda máquina, no se había inventado la verdadera
inteligencia y mucho menos la verdadera consciencia, solo cosas que imitaban la
vida. Luego habló de cosas inútiles. Me relató de un sueño que tuvo. Parecía
delirar para alargar la conversación. La apagué sin anunciárselo, era el mejor
modo de hacerlo para evitar perder más tiempo. Igual me provocó una vergüenza
cojuda hacerlo.
******
Recogí
al maltrecho inerte, vivía en un lugar realmente lamentable.
—Tú
conduce ¿Te duele?
—No.
—Pero no
pareces contento.
—Jamás
lo he estado, ahora me preocupa no poder pagar esa arma, ahora seré esclavo
hasta el fin de mi vida.
—Que
será varias veces más larga que la mía. Uds. duran mucho, más que un humano.
—Una
vida de esclavo no vale tanto. No vale vivirla.
Me
cansó. A estos muñecos había que seguirles la corriente.
—Llegamos.
Coloca el carro delante del cine, espera un rato, si no hay peligro entras.
Me
abrí la camisa dejando ver la negrura de los bellos de mi pecho. El patrullero
se había detenido delante del cine pornográfico. Parecía una fábrica abandonada
más que un cine. Mostré mi identificación en la abandonada boletería para no
pagar. Había un perro en un rincón, albino como todos. Al entrar sentí la
ceguera de una caverna. A tientas identifiqué un banco y me senté. Aparte de la
pantalla todo era negro y sin diferencias, debía esperar unos minutos, sin
embargo, ya sabía dónde estaba el señor López. Mi cara dura de tantos golpes era
impregnada de las imágenes del porno virtual, sendos cuerpos, hechos por
computadora, imposibles en la realidad, se movían unos sobre otros, mujeres de
pechos groseramente grades mostraban sus hímenes siempre vírgenes a la cámara,
hombres de dimensiones extraordinarias y penes anormalmente desarrollados
jadeaban de placer, las actrices tenía también una anatomía interior imposible
para poder albergar semejantes órganos sobredimensionados y sus feroces
embates, todo se mostraba con un obsceno realismo, la realidad era más nítida
ahí y un juego óptico permitía no solo la profundidad de las escenas, parecían también
al alcance de los observadores, sudor, olor, sonidos, nunca sentí la realidad
tan nítida, tan vivida. Se tomaría como sexo en vivo, si no fuera por el vigor
infinito de esos hombres capaces de llevar el sexo a sus últimos límites y a la
capacidad de sus actrices de soportarlo. Los creadores, también dotaban de vida
virtual e independencia a sus creaciones virtuales, así lograban una actuación
más realista. De hecho, el placer que expresaban era real, no como el arcaico
porno de fingidos gemidos, se podía notar en sus caras que lo sentían. Solo por
segundos parecían sospechar que su vida limitada a esa faena perpetua, podía
estar en poder de otros y ser otra cosa. Mi corazón se aceleró frente a esos
actos de increíble tal bestialidad. Paso un muchacho delgadísimo ofreciendo
servicio. Se ofrecía haciendo un grosero ruido como paladeando. Lo espanté con
un gesto de fastidio, no podía desahogarme ahora, debía terminar el trabajo. De
pronto mis pupilas se dilataron de golpe, pude ver la sala y que todo ese
artificio era inútil, nadie veía la película. Solo inerte
que sea había sentado al fondo se veía impresionado del espectáculo. No
por la brutalidad de las escenas, sino por la triste vida de sus hermanos
artificiales, que, aunque sin un cuerpo físico, estaban tan vivos como él.
El
hombrecito oscuro que buscábamos miraba el video extendiendo una mano como
acariciándolo. En unas butacas más adelante una cabeza subía y bajaba entre los
muslos de un señor canoso. Y en una esquina superior, algo soportaba el embiste
de otro algo, otros los rodeaban por el placer de ver o esperando su turno como
perros callejos que violaban a una perra en celo, que avergonzada los
aguantaba. Noté que no había mujeres en ese lugar ni siquiera travestis. Todo,
como en todo Lima, era una mezcla de retraso mental y maldad.
Aproveché
esa distracción. Me acerqué al pequeño y me senté a un asiento de distancia. En
la pantalla los actores habían llegado al frenesí, y todo el espacio de la sala
era atravesado de incomodos gritos de placer y dolor. El hombrecito de
inmediato me notó. Le habré parecido uno de esos machos salido de la pantalla,
tan erótico como estos, oliendo a testosterona y la verdad, así me sentía en
ese momento. La realidad ganaba siempre un punto. Acaricié mi paquete
cautamente.
En
la oscuridad el hombrecillo se levantó y se sentó disimuladamente junto a mí,
aunque nadie lo veía. Nuestras rodillas se tocaron, era la señal. Nuestros
cuerpos ser impregnaban de imágenes obscenas y el hombrecito vio proyectada
sobre mi pecho ya desbrochado un empujón brutal y un chisguetazo feroz, que
contrastaba con la seriedad de la camisa de policía y de ese hombre grandote a
su lado. La desesperación lo mordió. Una mirada permisiva mía y sea animó. Rozó
con un dedo mi muslo desesperado, pero controlándose y luego tanteó mi herramienta
que empujaba con fuerza la bragueta del pantalón policial. Cuando su pequeña
mano la acarició, la cogí con fuerza apretándola, hice sonar sus huesitos y
cartílagos.
—No
grites, me vas a contar todo.
*******
Lo
llevamos atrás del cine, inerte logró amarrarlo y preparó el equipo de
tortura, puso la identidad del pequeño en la máquina y esta se conectó
remotamente a su sistema nervioso, un primitivo dial subía y bajaba el dolor.
No tenía mucha diversidad, pues era un equipo portátil.
—Ponle
un 3 —dije y el pequeño comenzó sufrir, pero sin gritar, cantó de inmediato.
—Miranda
vivía con ese sobrino y su amigo el gordo, en realidad no era su sobrino, no
veía a sus parientes años, no querían saber de él, el gordo también vivió 20
años con él, eran su familia. Y conmigo, todos éramos amigos.
—Sube
—dije y gritó de dolor.
—Contaré
todo, paren el dolor.
—No, ve
hablando y ya veré si paramos.
—Al día
siguiente de su muerte, la hermana y la madre fue a tomar posesión de la casa,
les dieron dos horas para irse. ¡Algo injusto!
—Dame
hechos no opiniones.
—Se llevó
todos sus equipos de investigación, el investigaba algo peligroso, lo más
extraño, buscó la ropa de cama, y la quemó.
—¿Por qué?
—Creían que
el vicio de Miranda manchaba a su familia, lo odiaban —dijo inerte.
—Ellos se
asustaron, por eso dejaron la casa, los amenazó con un juicio que ganaría. Por
eso desaparecieron, no por otra cosa. Esa casa solo era una de decenas de
propiedades que ellas heredarán. No es justo, fueron su apoyo por años. ¡Sus
amigos! Merecían la casa.
—Súbele el
dolor, le ordené que no opine.
El
pequeño hombrecito gritó chasqueando los dientes.
—Si los
hubiese considerado familia, los hubiera heredado formalmente. Ella reclamó lo
que era suyo. Miranda organizó todo para que la vida de ellos dependiera de la
vida de él. Si moría quedarían indefensos —dijo inerte.
—¡Eso
prueba que son inocentes!
—Sube. ¡Que
terco que es!
Inerte
vio cómo
se retorcía el infeliz, pero no sabía que era el dolor, igual se compadeció y
en secreto bajo el volumen de dolor, le fue imposible comprenderlo, pero
entendía.
—Ahí te
enteraste que Miranda tenía un novio… por eso llorabas como una Magdalena. Y tampoco
te dejó nada. No quería a nadie y lo mataron por las huevas —dije llevado por el
sadismo.
—Ellas
planearon su muerte. Ellas lo mataron, ¿Quién ganaba con su muerte? El caso es
que ahora son dueñas de todo. ¡Nos ayudaron a ir al funeral para grabarnos y
entregar nuestra identidad a la policía!
—Quizás,
pero la codicia no es delito —agregó inerte.
—Me ha
hecho dudar. Suéltalo. Regresa a tus películas. No nos volverás a ver —dije
mintiendo.
—Espera…
yo… —dijo el pequeño recobrándose a sí mismo luego de que se fuera el dolor. El
dolor nos saca de nosotros, como la muerte.
Comprendí
que quería.
—Ve al auto
y espérame frente al cine, ¿tienes con que pagar? —le dije al pequeño hombre.
—Sí, ya es
tuyo —dijo
con lágrimas en los ojos ahora llenos de lujuria.
Detrás
de ese cine saqué al aire algo pesado y oscuro y él se arrodilló aterido de la
tortura y humillado, nada lo excitaba más, solo le daría unos minutos y lo dejé
hacer, separé mis piernas gruesas para que pudiera empezar, miraría al cielo
hecho de cemento hasta que terminase, sentí como manipulaba mis pantalones con
experiencia. Ya tenía los muslos gordos y peludos al aire.
A eso venían todos a este sitio. Sufría ahora de otro modo al sentir algo tieso por su esófago, una lágrima de ahogo salió de ese hombrecito que tanto había sufrido. Parecía disfrutar el sufrimiento. Y descargué el deseo que aquellas películas encendieron en mí, haciéndolo toser, la furia debía salir, y la sesión de tortura me había encendido aún más. Regresé al auto con las orejas rojas. Le di la dirección a inerte y empezó a manejar.
—¿Quién era
ese?
—Un inútil,
no logré saber nada de como capturar a esos dos idiotas. Solo que son
inocentes.
—¿Y así los
buscarás?
—Los
buscaremos, casi nunca vamos por culpables. Ya lo sabes.
—Ese no era
tan tonto, logró lo que quería de ti.
—Le costó
caro, me daría vergüenza decírtelo si no fueras una cosa.
—¿Pero de
dónde salió?
—De un
video. Te los mostraré. —Lo proyecté en las lunas delanteras del carro.
Inerte
cambio
de cara al verlo, parecía atravesado de miedo y dolor, cosas que sabía que no
sentía.
—¿Qué pasa?
—Déjeme
verificarlo, ¿Puedo enviar esto a Claude?
—Está muy
lejos, lo trasfirieron o escapó a no sé qué lugar, inténtalo.
—Sí son
ellos, los que nos quitaron las armas mientras investigábamos en las escaleras ¿eran
los amigos de Miranda? —preguntó Claude desde muy lejos.
Escuché incrédulo.
—Volvamos a
la escalera, acelera.
—Ellos
vivían con Miranda ¿por atacarnos son culpables?
—Los busco
porque se me ordenó hacerlo. Obedecer es vivir. Eso vale también para ti.
—Obedecer
no es vida.
—Eres más
inteligente que yo, pero no estás vivo, no lo entiendes.
—¿Y tú
estás vivo?
—Qué
pregunta ¿Tú sientes dolor, frío, calor?
—No.
—Yo sí. Por
eso estoy vivo. Nosotros somos conscientes del mundo Uds. No.
—¿Un ser
inconsciente podría conducir?
Dude.
Recordé en ese aforismo de las cajas chinas, una máquina aparentemente es capaz
de entender el idioma chino, pero realmente no, solo aplica un ciego algoritmo,
el idioma es algo muy lejano a su comprensión, sino diríamos que un diccionario
entiende el chino. Cuando conversan no hay conciencia de lo que dicen, aunque
lo que diga sea inteligente.
—Solo son
función, nada más, nosotros también tenemos una parte nuestra muerta, una mente
silenciosa como la de las máquinas, mi amigo Claude, a raíz de un golpe tenía
su mente no consciente unos segundos desconectada de la consciente, por eso su
cuerpo actuaba antes que su pensamiento. Dicen que todos somos así pero no es
cosa de segundos, sino de microsegundos —dije y calculé la hora así medí el
tiempo que le toma a mi cuerpo informar a mi mente.
—0,03 segundos.
Inerte
se
sintió humillado, o lo pareció.
—El
problema de la caja china es una cojudez —dije pasándole un brazo sobre el cuello para
confortarlo.
Llegamos
al puente que llevaba al río.
—Si no
están ubicables están en esta zona adonde no llega los radares —dije y bajamos
del auto.
Inerte
tembló
al recordar.
—¡Baja!
—hasta tu miedo es falso.
Ahí
bajamos a los reinos del río invisible. El Rimac secreto. Una gota cayó
en mi cara, el reino del agua se anunciaba y su secreta caída al abismo, no
todo era oscuridad, unos gusanos bioluminiscentes daban una minúscula claridad
verduzca. Todavía era una ciudad hundida a medias, en esa oscuridad el río decidía
caer y formaba una catarata delicada que en tales sombras tan solo era ruido, luego
se ramificaba secretamente en minúsculos arroyuelos que iban bajando por la
arquitectónica de esa ciudad muerta, por esa arqueología de nuestro mundo, que
es la memoria olvidada de nuestra ciudad. Suavemente, el agua recorría veredas,
escaleras y placitas, de esa Lima que se ahogaba dulcemente, como un suicida
entrando en su anhelada musa que es la nada. Centellantes gotas caían de sus
monumentos, y una catedral quebrada, dejaba salir por sus puertas de piedra un
murmullo líquido y traslúcido, que se derramaba delicadamente en toda aquella
plaza ladeada, como queriendo acariciar toda la ciudad antes de dejarla, como
un alma saliendo de un cuerpo de piedra y cemento, que en esa oscuridad moría.
—¿Aquí
murió Miranda?
—Aquí
hallaron su cuerpo.
—No, sí lo
necesito, respiro aire, traje mi oxígeno, durará una hora.
—Veo que no
era fácil que Miranda se ahogara, sí fue planeado, ven conmigo.
Ahí
nos hundimos en esa agua estéril, la Lima sumergida era enorme y estábamos
cayendo en ella, era fácil perderse al recorrerla, buceamos de la mano, por
túneles que acaso eran calles, manos de estatuas nos rozaban, escaleras
invertidas, direcciones movidas de lugar, ventanas que parecían puertas, y evanescentes
edificios que ya eran rocas monolíticas, todas trataron de perdernos en la
profundidad, hasta que vimos un cielo plateado, un espejo que se balanceaba
sobre nuestras cabezas y sobre la ciudad ahogada, era aire, emergimos a una
bolsa de aire y al emerger vimos que estábamos dentro de una especie de
plazuela futurista, con un parquecito aprisionado entre edificios angulosos y de racional lenguaje, cerraba la
plaza un cuarto edificio, una especie de acantilado de piedra, era la fachada
de una iglesia antiquísima, cuyas caprichosas esculturas barrocas le daban el aspecto
de un arrecife pétreo, poblado de santos y animales míticos.
En
la plazuelita mojada, había unas bancas. Sentimos el poquísimo oxígeno, así que
nos sentamos para no ahogarnos y desmayar, en la banca habían escrito algo con
una piedra, pero estaba casi borrado. Repuestos, nos levantamos a explorar, había
palabras escritas por todos lados en idiomas desconocidos, no parecían palabras
sino garabatos desesperados.
—Debo
empuñar mi arma —pensé, y busqué en mi cartuchera. Demonios no estaba, 0,03 seg
después me invadió el terror—. El hombrecito… maldito gusano. Me desarmó.
—Le dije
que logró lo que quería de Ud.
—Pero qué
perro, ya volveremos por él, está muerto. Estamos desarmados, debemos irnos de
inmediato.
—Si aquí
murió, veo que se ahogó por falta de aire no por el agua, por eso la familia no
permitió la autopsia. Me desvanezco.
—Veo restos
de comida. Tanques de oxígeno usados. Sus “amigos” venía una y otra vez a este
lugar.
—No venían,
están aquí —dijo
inerte muy bajito.
Ahí
sentí el miedo en los huesos.
Sentimos
varios balones de gas abrirse. Llenaban la cámara de aire para la lucha.
—Prepárate.
Apareció
la bestia y detrás el falso sobrino y el gordo. Parecían arrepentidos.
—Somos
inocentes, solo vinimos escapado de la injusticia, no hay donde ocultarse en
Lima. ¡Déjennos! —dijeron
Esqueche y Rospigliosi, el fibroso y el gordo que se revelaban.
—Quien les
dijo que nos importa su inocencia
Dudaron.
—Así es nuestro
trabajo.
Desengañados
de toda esperanza atacaron al pequeño, pero este ya sin el deber de cuidar un
arma luchó con fiereza, el grandote venía por mí, debía evitar que me hiciera
caer. La bestia me golpeó primero, lo dejé para saber cómo atacaba, debía
recibir algunos golpes para conocerlo, pero uno fue demasiado demoledor. Pelear
sin aire parecía difícil, pronto se revelo imposible. Pero ya mi cuerpo lo
entendía, ya lo golpeaba con mucha fuerza. Pero era como pegar a una pared de
piedra, luego me asestó un golpe en la oreja y sentí que esta se había roto.
Giré para amarrar su cuello con mi brazo ahogándolo y de ser posible romperlo, lo
había hecho muchas veces con hombres así de fuertes, pero ahora no era posible,
su cuello tenía un grosor bestial y nos enredamos mientras le daba puñetes y
recibía los suyos. El aire ya se acababa, pero no dejé de golpear su nuca, ya
estábamos abrazados, no debía dejar que me haga caer. Es animal inmovilizaba
con su peso. Pero mientras amarraba su cuello con uno de mis brazos, tan rígidos
y gruesos como para ahorcar a un toro, vi que no se desvanecía, y sentí el peso
de la bestia ladeándose para hacernos caer, y caímos. En el piso amarró mi
cuerpo con el suyo, ya estaba en ventaja, aproveché la caída antes de que me
inmovilizara para apretar las venas de su cuello, hundía mis dedos en su
garganta, cortando el suministro de sangre a su cerebro, pero esa bestia no
peleaba con su mente, sino como un pollo sin cabeza forcejeaba y pateaba solo
con su cuerpo. Sentí su piel se juntaba caliente a la mía. ¿Cómo puede ser
que esto no sea lo real? —pensé. En
unos segundos uno de los dos se ahogaría, sería yo, había notado que no tenía
forma de matarlo, ahí sentí el primer disparo, reconocí el sonido del arma. Era
de Claude, pero no sentí el viaje de la bala por la carne del animal y la mía.
Pero algo se rompió en ambos. Esta ventaja liberó un brazo del animal, ya
teniendo espacio para darme con un puño en la cara, luego otro, aguanté, pero
ya mi mandíbula se empezaba a desencajar de tantos golpes brutales.
Otra
bala, esta torpemente no nos dio. Pero atravesó a inerte demoliéndolo.
—Me hago
viejo —pensé— solo se pelea si vas a ganar…
No
pude evitar un terrible codazo de la bestia con todo su peso en mi cara. Quedé
un segundo indefenso e inmóvil ya sin aire, —un segundo es mucho tiempo—,
pensé y empecé a dar golpes bestiales y desesperados sobre eso que estaba ya
sobre mí, debía salir de esa pose urgentemente pues ya él metía su cintura
entre mis muslos, sentía sus partes íntimas en las mías. Ya sus puños subían y
bajaban a mi cuerpo llenos de sangre. Solo el ahogo lo detuvo un segundo. Sus
pulmones ya estaban vacíos. Necesita respirar como inerte. Aproveché y contraje
todos los músculos en mi cuerpo y con esa fuerza lo empujé fuera de mí
violentamente, la pared de roca se derrumbó y quedé libre, no tenía aire, pero
caído sobre él ahora, golpee su cara, sería mi último golpe, ya no podía más,
pero logré retorcer mi cuerpo hacia atrás y luego poniendo toda mi fuerza en un
codo, martillarlo demoledoramente, él por fin se derrumbó y pidió una tregua.
Se
irguió abrazándome de tanto dolor.
—Dame un
minuto. Ya ganaste.
—Ok —dije. También
quería ese minuto.
—¡Devuélvanme
el arma! —ordené.
Los
otros dos aterrados me la alcanzaron. Ahí vi que habían disparado a inerte.
Pero aún funcionaba y se había levantado. Puse la última bala contra esa cosa
grande que moría.
—Espósalos inerte, los mataría si las
órdenes no fuera llevarlos — inerte, tenía movilidad en solo un brazo, el resto del cuerpo
ya casi no se reconocía humano, pero casi a punto de caerse en pedazos, los
esposó.
—Ven acá,
abrázame.
Lo
abracé como a un hijo, lloró de emoción pegándose a mi pecho, estaba totalmente
destruido, solo quien ha entrado en la guerra entenderá estas ternuras viriles.
—¿Esposo a
este también? —dijo
y me asombró pues se veía completamente desintegrado, a poco de no poder
moverse.
—No.
—¿Para qué
volvían? Habla, ya vas morir —dije a la bestia apuntándolo.
—Ya los
tenemos ¿Para qué interrogarlos? —preguntó inerte.
—La verdad
no es verdad si nadie la dice.
—Miranda descubrió
algo acá, sobre nosotros, pero no cambio, ahí nos decidimos, no había aire para
todos, nos habló durante los minutos que se le agotaba el aire. De ayudarlo nosotros
también nos hubiéramos ahogado, pero a él no le importaba, ordenó ayuda, luego
perdón, entiende, él nos humilló por años. Era una bestia. Disfrutaba haciéndonos
sufrir, más luego de saber el secreto sobre los golems. Pero no lo
matamos intencionalmente, fue un accidente. Aunque lo merecía, era una cosa
mala. No teníamos valor para él.
Cogí
el arma y le disparé, no era posible llevar buceando a tan grande animal,
además nadie lo buscaba. Los otros dos temblaron.
—Vámonos,
en la comisaria lograrán curarte… eres difícil de destruir —dije a inerte cariñosamente.
—Déjame
aquí. Sabes que nadie me va a reparar.
—Soy
responsable de las cosas del cuerpo. No quiero deberles una herramienta ¡Vamos!
—No soy una
cosa. Déjame hace años que quiero morir.
—No estás
vivo, no puedes querer morir —grité desesperado de no poder entenderle ni ayudarle.
—Estoy
vivo, no como Uds, de otro modo y ya no quiero estarlo.
—No —dije
sin entenderlo. Me dolió algo dentro. Debajo de tantos golpes recibidos solo
eso me dolió esa noche.
—Te lo
ruego… no sufriré ni sentiré dolor. Cuando se consuma el oxígeno restante me
apagaré en paz.
—Vive
amiguito, si la vida no vale ¿Qué vale?
—La vida es
estar conectado al mundo. Saberlo… yo no quiero saberlo más. Perdóneme, deberás
pagar mi valor al cuerpo de policía…
Até a los dos y buceé sacándolos, en el
auto los amarré uno contra el otro y los conduje a la comisaria. Supe que ni
bien llegaron los ejecutaron. No entendí a inerte, la cosa me
sobrepasaba, pero respeté su deseo. Hasta una máquina tiene derecho a morir
cuando quiere morir, necesitaba a Amparo
********
Estaba ya en
el camerino de Amparo. La diva ya se había desmaquillado. Era todavía más
hermosa así. Una vez más me ayudaría a comprender este mundo, a conectarme con
él, sin ella y sin mi arma no podría ser policía. Estar desconectado del mundo es estar muerto,
ella me daba vida con sus palabras.
Me
explicó todo.
—Creo que cometí
una injusticia al capturar a esos dos. El mayor culpable siempre fue Miranda.
—Sí, pero ellos
lo mataron.
—Sería un
crimen sin lógica, no ganaron nada con esa muerte.
—Sin
lógica, como ellos, los delincuentes piensan de otra forma, además, odiaban ser
sus sirvientes, organizaron el viaje, ellos lo dejaron sin su chaleco
salvavidas, ellos cortaron la soga, lo llevaron a esa campana de aire y lo
dejaron ahogarse ahí, ellos eran máquinas, por eso nuca Somnia no pudo
localizarlos, y no sabían tampoco que su dueño tenía vida, las máquinas no
tienen como saber que nosotros estamos vivos, solo comprenden la suya. Volvieron
varias veces, pues, en los minutos que le quedaba de vida, Miranda dejó señales
en esa plaza, pistas en otros idiomas que esos ignorantes no comprendían,
volvieron una y otra vez a buscarlas y borrarlas, soñaban con la vida de su amo.
Siempre atentan a esas personas de forma torpe, y se perjudican ellos mismos,
es más el odio que el interés. Eran seres ruines, pero fueron brutalizados por
años, Miranda descubrió el secreto de la vida de las máquinas y creyeron que,
al saberlo, los trataría mejor, pero no fue así, fue peor, el sádico se ensaña
con lo más sensible, ahí decidieron matarlo, pero ¿quién convive cómodamente
con rufianes y logra hacerlos sufrir?
—Un rufián
peor, un corazón lleno de gusanos… ¿Y el pequeño?
—Ese es
solo un hombre enamorado y no correspondido, déjalo ir.
—Y mi amigo
inerte, ¿Era solo una cosa? Yo permití que esa máquina se suicide, pero
supuse todo el tiempo que no sentía, igual me dio pena.
Amparo
me acarició la cabeza.
—Tu amigo
siempre estuvo vivo. Te lo voy a explicar. Una máquina es un artefacto que se
relaciona con el mundo como la Luna con la Tierra, interaccionan, una afecta a la
otra sin saberse mutuamente. Las máquinas comunes son así, pero las máquinas
inteligentes almacenan huellas de esa interacción, como una cámara de fotos, no
sienten colores o sensaciones, pero algo cambia dentro de ellas, ese algo es su
consciencia, su vida rudimental. Y ocurre en toda máquina inteligente, hasta en
las más simples.
—Sí,
comprendo Amparo —contesté.
—Pero
pensemos al revés, esa interacción lleva del mundo a ellos algo cognitivo, una
serie de cambios o movimientos internos, nada más. Eso es el mundo para ellas
su experiencia rudimentaria del mundo muy diferente a la tuya, esa es su
realidad. Y así es para los humanos también, son máquinas orgánicas que captan
datos del mundo, esto mueve algo dentro suyo, algo que registran como colores,
sensaciones, olores o texturas. Pero no experimentan el mundo como es
realmente, solo registran cambios dentro suyo, en el mundo no hay nada de eso.
Un ser consciente en realidad está solo. Eres tan consientes como las máquinas,
tan muerto como ellas, como tu amigo. También estas muerto. O la vida es esa
poca cosa. Eso fue los que descubrió Miranda.
—La vida es
esa poca cosa —repetí. Era lo único que logré comprender. Y por qué Amparo no
vivía arriba.
*********
“Así como
nosotros no podemos ver la vida de las máquinas, ellas no pueden ver la nuestra”
había dicho Amparo. Pensaba esto frente al monitor apagado de Somnia
cuando un grito me saco de mi letargo.
—Macho
Paredes, dejarás las calles, eres un inútil, has de pagar la perdida de la inerte,
alégrate, no valía realmente mucho, te pondremos un tiempo de escolta, solo
tendrás que conducir un carro —dijo el comisario riendo.
—¿Para
quién?
—Para la
mujer del jefe. Ya te está esperando.
Entré
al carro asqueado de lo que había aprendido, solo somos máquinas tratando de
raspar la realidad. Ahí en el espejo vi sus ojos, bella y sofisticada como una
garza, envuelta en costosas ropas. Me perdí en esas formas y colores ¿cómo
será realmente eso que produce ese cambio en mí? Pero esa apariencia me
regaló una tímida sonrisa de bondad. Quedé embrujado por esa imagen que removió
algo en mí.
—¿Qué hora
es? —preguntó
Milagritos. Contesté sin mirar el reloj. Ahí, el carro se hundió en ese jazz
derrotado que dibuja Lima y yo en ese amor que tan poco duraría.
Debajo
nuestro, se escurría delicada y secreta, la sangre cristalina e invisible de la
ciudad.
[1] Personaje
prestado de una obra inédita de escritor Glauconar Yue, que ayudó a redondear
esta historia.




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