LAS AVENTURAS DEL MACHO PAREDES 1: El día que todos los relojes se atrasaron un segundo
Asunto: Deceso sin explicación.
Hora: 0.00
PARTE 23820634923 PNP. Se da
cuenta que se conmina al detenido, José Paredes, apodado “macho paredes” para
que rinda su manifestación. Para que diga: ¿Cómo así se le encontró, la mañana
del domingo 34 de junio de 2766, horas 10.88.07 de la madrugada con un cadáver,
sexo femenino, color trigueño, de unos 40 años? y ¿Cómo explica esa defunción
sin más elementos intervinientes?
El acusado contestó:
Contaré como enfrenté a un enemigo infinito pero
invisible, no diré que triunfé, es imposible, pero soy el único que supo su
identidad. Allá tú si lo adivinas.
Hubo primero unos crímenes
“caprichosos”, lo usual en Lima hermano, pero los jefes hablaron de una
coyuntura política, de publicidad, de la necesidad de los limeños de matarlo
para sentirse en paz. Mientras me informaban me puse otra vez ansioso, noté que el segundero del reloj de la pared
estaba adelantado unos segundos. Los jefes sabían que capturarlo no
reduciría el crimen ni la maldad de esta ciudad en lo más mínimo, pero ellos
también tienen sus jefes y no los comprenden, solo los obedecen. Yo acepté las
órdenes, pero aproveché que salieron porque una mujer entró gritando y
ensangrentada, me levanté y corregí el reloj de la pared, eso me calmo.
Creo el técnico suplente se
dio cuenta, disimulé no más, yo trataba de mantener en secreto mi fobia, temía
me consideraran un maniático y que se revelara mi miedo. Me consideraban un
bruto eso sí, por eso no me explicaron lo que sabían del caso, solo me dieron
la orden de dejar de escoltar a la amante del general y de empezar a rondar los
lugares del crimen, pero por los periódicos y los chismes de la calle lo supe
todo.
Siempre me mandan a las
misiones más improbables, las digamos, desahuciadas, en la vertiginosa
burocracia de la comisaria yo era el caballo más lento y solo aquellas misiones
sin esperanza eran para mí, aquellas emprendidas no para contentar a los jefes,
sino para defraudarlos sin desobedecer. Tampoco era capaz de hacer papeleo o
llenar formularios. Ya se habían dado cuenta, yo solo me resigné al terrible
aburrimiento de esas patrullas como arturo[1].
Casos así al menos no implican peligro, pero detestaba el aburrimiento, me
obligaba a llenar el vacío con recuerdos, lo más difícil de ser policía no son
los criminales o la corrupción, sino el vacío, el 90% del tiempo estamos
parados a solas en algún lugar y sin poder movernos de ahí, sin hablar con
nadie, dicen que la peor tortura para un ser inquieto como el hombre es la
inmovilidad, y si, como creo, el tiempo es movimiento, estar quieto es jugar a
que no hay tiempo, desacatar su fluir, esa idea me causaba náuseas. Pero en eso
consiste nuestro trabajo, solos, parados sin que nada pase hora tras hora, solo
me quedaba recordar, pero nada más inútil que recordar, volver a sentir, pero
más tenuemente, cosas totalmente muertas. Que poca cosa es la memoria hermano.
También al escoltar a la amante del general, a Milagritos, debía esperar horas
y horas en el auto y luego llevarla a otro lugar a seguir esperando. Pero ya
dije eso lo dejé cuando me dieron la lista de los primeros crímenes.
Siempre tuve esa rara manía.
Aversión a que los relojes se atrasen o adelanten. Miedo que no todos los
relojes estén ajustados, y necesitaba comprobarlo a escondidas de sus dueños.
Los relojes son instrumentos rústicos, una tecniquería tosca, pero nos
mantienen agarrados a ese dios invisible y todopoderoso: el tiempo. Quizás el
único dios. Sin ellos caeríamos más allá de sus dominios, que vértigo sentir
que el tiempo nos suelta de su mano. Por eso no soportaba que se atrasen o
adelanten, era como una blasfemia, un tabú cuyo castigo era perder el verdadero
ritmo de la vida, esa armonía entre uno y el tiempo presente, sin ella
podríamos desfasarnos del momento actual que es el único real, y estaríamos
verdaderamente perdidos. Bastaba un segundo, pues más allá del tiempo presente
no hay nada. Cuando morimos pasa justo eso, nos caemos del presente.
Era mi último día con
Milagritos, la había llevado de aquí a allá, y la vi llorar otra vez, era una
mujer hermosa, me recordaba esas mujeres altas y finas del siglo 20, hace
siglos se perdió la diferencia entre hombres y mujeres, el diformismo sensual le decían creo, esa fue la época en que ser
hombre era distinto de ser mujer, muy claramente. Ahora se borroneó y todo es
algún tono de femenino, seres como yo además de feos somos considerados
primitivos. Ella era alta, interminable de ver, de ojos hermosos, un cuerpo oscuro
construido a capricho del deseo, y sin embargo, algo la hacía valer menos que
la esposa del general, la tristeza atravesaba sus engreimientos de amante, sus
tiernos caprichos, unas pinceladas de edad empezaban a apagar algunos de sus
colores, era un pecado ver sufrir a una mujer así, era como ver ahogarse a un
pajarito o ver a una flor, ya en la basura, abrirse desesperadamente entre lo
inmundo. Pero yo sí la veía, hasta con los ojos cerrados la veía, su cintura
era delgada pero sus curvas fuertes, sin dejar de ser refinada era voluptuosa,
vi esas curvas removerse bajo tantas ropas finas y tenues, todos los días
vestía diferente, a veces cerraban las tiendas para ella sola, la fugaz felicidad
y la vanidad la mostraban todavía más bella, pero también en esas tiendas
estaba sola. Cubierta de carísimos caprichos la sentía triste, es más,
humillada. Algunas noches, la llevaba a buscar al general por horas, no
aparecía ni cerca a la casa de su mujer, lugar al que más le dolía ir, ni en
los edificios de hormigueante burocracia policial, ya sabes, la mitad de esta
ciudad es una comisaría, pero no podíamos buscarlo arriba, en la Lima alta,
alguna más joven, alguna que sí valía, o algún muchachito para maduros
primerizos en ese tipo de amor. De saber dónde estaba, tenía prohibido
decírselo, felizmente no lo sabía. Fui enamorándome, ya te habrás dado cuenta,
no se lo dije, pero ella lo adivinó y lo comprendió como mujer que sabe lo que
es el desamor. Creo que aparte del general no tenía a nadie en este mundo, ni
una amiga, ni una vieja tía, solo yo conocía toda su intimidad.
Me despedí sin poder decir
nada, o sea quería decirle tantas cosas, pero no salían las palabras, nunca he
podido hablar muy bien, pondrían a otro bruto a conducirla y ese también se
enamoraría, ella supo que no volvería a verme y que ninguna palabra podía salir
de mi boca, abierta inútilmente.
—No necesitas decir nada, pero yo sí, yo no nací para ti, ni tú naciste
para mí, pero… no te voy a olvidar —dijo
acariciándome la cara y yo casi lloro como un niño. Ella miró mi profundo deseo
de su cuerpo, un deseo que me hacía débil y manso, imagínate, un hombre como yo.
Ella lo supo con infinita compasión y me regaló un beso al que me aferré todo
lo que pude como si recibiera la vida.
Fui feliz ahí y todas las
horas que pasé recordándolo. En lo alto del edificio, a cientos de metros de
pisos agusanados y pobres, donde vigilaba al asesino lo pensaba, la vida
parecía colgar sobre la nada en ese edificio, pero yo era feliz repasando ese
recuerdo.
Vigilé el primer “asesinato”,
había amanecido un niño muerto en una caseta de luz, para mí que murió de
hambre, pero habían encontrado una especie de confesión en un muro, habían
escrito la hora del crimen 8: 61 minutos, 87 segundos y el dibujo de un reloj
de arena. De hecho, casi a diario algún niño moría en esos postes que además se
elevaban y servían en la vertiginosa altura, de puntales a la ciudad alta, a la
vida de arriba. Esa noche habían muchos pescados[2],
las circunstancias se sospechaban sórdidas pero ningún policía averiguaría
nada, solo este le importaba a la prensa, debía estar inmóvil en ese lugar
observando, rodeado de nada, así que recordé mi primera manía con los relojes
para entretenerme.
Mi padre me enseño pocas cosas
antes de dejarnos, compró un juguete para mí, creo culpable de lo que planeaba,
era una extraña máquina de plástico viejo, con números alrededor de un círculo,
al centro dos flechas, una más grande que la otra. El plástico es una sustancia
muy rara, hace siglos fue prohibida inútilmente para salvar a un mundo, que
igual se perdió, Papa debió encontrarlo en las colonias de Tacora vieja, esas
flotantes galerías de cosas abandonadas o robadas, que raro una ciudad tan
vieja obsesionada con cosas aún más viejas. Pregunté que era, Un reloj —me dijo—, ¿Para qué sirve? —pregunté algo decepcionado. Desde su altura me
dijo que servía para medir el tiempo. Pregunté qué era eso, el tiempo, y no
recibí respuesta. Nunca la he recibido, no sé si me consideraban muy tonto para
entenderlo y quizás lo sea, o es que todos ya lo saben, pero no pueden decirlo
a los demás o que la humanidad es tan bruta como yo y no quiere reconocerlo. Sus relojes, si no saben lo que es el
tiempo, son inútiles, una superstición —pensaba.
Papa explicó una y otra vez
cómo funcionaba, pero no entendí el sentido, ni supe que significaban los
números, si apuntaban las 9 ¿Qué significaba?, ¿Qué diferencia si hubiera sido
4 o 6? Papa se sintió frustrado. Con los años supe que antes había horas con
luz y otras si luz, diferencia entre noche y día y los números lo señalaban,
pero ahora Lima es solo noche, la misma noche interminable, los pobres nunca
hemos visto amanecer o atardecer, las 9 o las 3 significan lo mismo, lo más
raro, antes del llegar al 1, ¿el reloj marcaba 0?, ¿es decir nada? ¿Tiempo
nada? mi confusión me hacía fruncir las cejas haciendo un gesto primitivo que
papo odiaba. Papa sí conoció la luz del día, por eso no me comprendió, o yo no
entendí, yo era un bruto desde chico ya lo sé. Esa noche Papa se fue, mama
tenía una vida diminuta y poco a poco fue desapareciendo.
—¿Cuándo vuelve Papa?
—Un día ese reloj te lo dirá —dijo, antes de desaparecer del todo.
Dado mi leve retraso mental, habría sido niño toda mi vida, pero me quede solo
y solo tuve la opción de ser hombre. Cuando la madre te deja, ya todo se va a
la mierda.
Así que me obsesione con
entender que era realmente un reloj. Papa quería decirme algo importante,
dejarme algo crucial antes de irse, entenderlo era mi deber y mi esperanza.
Creo nunca los he entendido del todo, es decir, ya sé cómo funcionan, pero no
que realmente es lo que miden. No puedo explicarme, soy una bestia.
Pero aprendí todo sobre ellos,
creo sobre nada más, dicen que los idiotas solo aplican su mente en una sola
cosa, árida y monótonamente, en medio del desierto que es nuestra mente solo
una vez hay una habilidad, yo me impuse entender el reloj, para así no
defraudar a Papa. Todos se reían de mi obsesión, y más porque adivinaban que yo
no sabía que era el tiempo, sospecho nadie tampoco lo sabe, lo fingen, “sin tiempo no se movería el reloj”
dicen, pero yo sé que eso no basta, aún sin ellos abría tiempo, al menos eso
sé.
*
Unas semanas después estaba ya frente al asesinato
número 5, una chica-chico muerto en un hotel por horas, no le robaron,
amordazaron o ahogaron como es lo usual, cansado/a de su trabajo pago el resto
de la madrugada después del último cliente, mientras dormía fue asesinado, su
brazo acostumbrado a las jeringas no sintió la entrada de rofhynol somnífero y
luego la batraciotoxina mortal que apago su corazón, en la pared otra vez el
símbolo del reloj y la hora de la muerte: 3 horas: 87 minutos y 75 segundos.
Tres días pasé rondado como un cliente el barrio de esos seres quiméricos, me
vestí lo más afeminadamente que pude, pero ya me vez, fue inútil. Vi tanta
maldad en ese lugar que todos podrían ser el asesino. En la ciudad alta, la
Lima de arriba decían que el asesino del reloj era un justiciero, que lo movía
el deseo culposo de amar a los desviados, si así fuera, detendría a todos, a
cada hombre que veo pasar, veo toda clase de basura humana, los de arriba, los
que conocen la luz, los que mandan a los jefes tampoco son mejores, quizás más
limpios, quizás más bellos, quizás más felices, pero igual de feroces que acá
abajo. Para que dar detalles de lo que conoces muy bien.
Siempre anotaban la hora del
asesinato, pero nadie encontró un patrón, pero algo debía significar pues ¿Para
qué lo iba a apuntar? El tiempo era la clave, no solo de los crímenes, sino de
todo, de cada cosa por chica o grande de este mundo, pues nada es sin tiempo.
Hace años me preguntaba que era, yo había madurado una teoría secreta, producto
mis limitaciones con lo abstracto: el tiempo no existe, el tiempo es solo el
cambio. Un reloj cambia monótonamente, comparamos sus cambios regulares con
cambios irregulares de nuestra vida, eso es todo, cuando decimos: tal cosa duró
tanto tiempo decimos en realidad, este cambio equivale a tantos cambios en el
reloj. Ahí descubrí algo que me unía al asesino, la obsesión del tiempo y ya no
pude tomar con indiferencia la investigación.
No hice preguntas, ni mis
jefes esperaban respuestas, pero escuché una y otra vez sobre una pista, un
cliente que nadie conocía vino ese día al barrio de maricas.
—Ese hombre no tenía cuerpo de
pisar hombres —dijo la Madonna, una
vieja prostituta, derrumbada malamente por la parálisis en una silla de ruedas—,
tampoco ha vuelto, todos lo vieron, no era de este mundo, él se llevó de último
a la catira a la vista de todos.
La puta de la silla de ruedas,
vendía cigarros y narcóticos de poco voltaje, todos legales, y asombrosamente
algún cliente, viejo como ella, de vez en cuando la tomaba, una pincelada de
ternura había en esos servicios. Pero velozmente morían sus últimos clientes,
finalmente se resignaría a sus ventas, no conocía otro mundo ni tenía a donde
ir, hay algo tierno incluso en el trabajo de las putas, y en todo lo que se
dice monstruoso, como el cuerpo de la Madonna,
era como si sus huesos se hubieran doblado de blandos y desmoronada sobre la
silla pasaba la noche en esa vereda.
—Si vuelve lo reconoceré y te
daré derrote[3],
ya sé que tampoco eres de este mundo. ¿De qué arma eres, tira, buchón,
sinchi? —dijo agarrándome la pierna con alguna malicia. Le sonreí. En medio de
ese paisaje ruin, otro ser desentonaba aún más que yo: un madurito educado y
afligido, esperaba inútilmente a una cita que no llegaría, sospeché de él.
—Espera al Sánchez —dijo la Madonna, yo sabía de ese vividor,
paseaba por el centro quitándole el dinero a los chicos-chicas.
—Del Sánchez sí sospecharía,
mato una la semana pasada, pero de ese incauto, no sé, he visto más sanos
haciendo cosas terribles, ñas[4], pero
ese día no lo vi… o no se dejó ver —dijo.
Uno podría pensar que entre
este tipo de gente los hombres grandotes y rudos como yo serían acosados, pero
no es así, estos tipos gustan de los jovencitos casi púberes, es tan anormal
como gustar de la fruta verde y amarga y rechazar la madura ya dulce, buscan en
ellos eso que no son y quieren ser, algo casi femenino, algo solo
incompletamente masculino. ¿Y Milagros? ¿Yo deseaba a en ella algo que yo
quería ser?, no, creo nosotros los heterofílicos amamos para completarnos,
ellos para sustituirse, sí, por eso ese constante montaje de sí mismos, esa
actuación permanente, las 24 horas del día, significa que buscan suplantarse
por algo, aliviarse de ser ellos mismos, actúan a ser otros no para ser lo que quisieran,
sino para no ser a secas. Increíblemente para ser normales. Eso era lo que más
deseaban. Sus cuerpos también los modifican incansablemente y al envejecer, no
va quedando nada de ellos dentro. Ese cuarentón tímido enamorado del rufián,
desea ser el Sánchez… y ponerlo en su lugar, se incomodaba de sí mismo. Todos
buscamos completarnos con lo que nos falta, pero algunos seres, al estar
totalmente huecos, deben sustituirse por completo, con cualquier cosa.
Milagros, ¿ahora donde esperaba al hombre que la completaba y del que era cosa?
Me hacía humedecer los ojos ese deseo por sus caderas, por sus senos, como los
místicos vagabundos que desean tocar a su dios. El mundo que ella vivía era tan
feroz como este solo que más costoso.
Pero yo debía ya ir al siguiente número de la lista.
**
Desde el auto esperaba ahora frente al mundo de putas
mujeres. Estuve unas 4 horas en esa calle, llegaba la hora quemas temía, es
antes del 1, la hora aciaga, solo estaba yo y en la vereda de enfrente una
prostituta joven, algo fea, poca ropa con este frío limeño tan húmedo, yo me
aburría en el auto, ella ahí en esa esquina, un farol, una vereda rota, la
denigración, el horror.
Vi algo, no fue violento, pero me hizo añicos el alma, paso un pastrulo, la manoseo rudamente con gestos morbosos, ella se dejó apretar los senos, con cierta esperanza, pero él se fue inmediatamente, solo quería usarla, nunca la miró ni le hablo, solo le apretó los senos toscamente, y se fue como escapando, a masturbarse en algún recoveco oscuro, luego vino otra chica y la quiso botar: luego un travesti le tiró piedras, una creo le dejó un brazo aterido: luego la policía… No hizo un sol esas 4 horas que pasamos conscientes uno del otro y casi a solas, ¿Cómo sería su día siguiente, al despertar y recordar todo eso? Y yo sabía que ese fue un día malo, pero no el peor.
En este crimen había dibujado
otro reloj, pero uno circular, como el de papa. ¿El asesino sabía de mí? ¿De mi
misión? ¿De mis esperanzas?
Preferí llenar el tiempo
recordando y ya no mirar a la puta. En el colegio crecí más grande que los
demás, más fuerte. Una profesora descubrió mi discapacidad intelectual, pero
todo siguió igual, seguí con los demás, una vez, me dijo que parecía un
neandertal, creí que era ser de aspecto extranjero, y me enorgullecí, se
hubieran burlado de mí los demás, pero ya empezaban a temerme, un proto-humano
decían a mis espaldas, en esa clase tuve mi primer incidente con el reloj,
descubrí que el mío, no tenía la misma hora que el del salón, 2 o 3 minutos de
diferencia. Así que en medio de la clase me paré a arreglarlo. Consideraba
peligrosísimo que estuviera así, una aberración metafísica como dicen esos
filósofos ambulantes. Recuerdo a la profesora explicándome que no tenía
importancia y yo gritando y suplicando que se corrija, solo me calme cuando
entendí que no había modo de saber si el malo era el reloj del salón o el mío.
Más que calmarme quede
estupefacto, una vez más nadie pudo explicarme por qué el mío estaba atrasado y
no el de ellos, pronto supe que realmente no hay modo de saberlo, solo existe
el presente, no importa que número le pongamos al tiempo, el reloj siempre
marca presente. Un presente cambiante sí, pero ¿Qué es cambio?, podemos decir
que es cuando se agrega o quita alguna característica a una cosa. Eso me basto.
También me preguntaba en mi
vacía infancia ¿Podría haber cosas sin tiempo? ¿O tiempo sin cosas?, imagino
Lima, sus putas, sus maricones, sus policías, Milagritos sola, todos inmóviles
y débilmente iluminados, así congelada sería esta ciudad sin tiempo, pero todos
se están moviendo siempre, por eso corre el tiempo, no por otra cosa.
Los pies me dolían, levante
uno para desentumecerlo, luego el otro, sí, mis piernas eran gruesas, mis
muslos podrían sostener a 10 personas, como desearía sentir el leve peso de sus
curvas en estos muslos. Esa fuerza me avergonzó de niño, pero en la academia
policial fue algo de que enorgullecerme, ahora con 49 años, de esa fuerza solo
queda un cuerpo de huesos grandes y un gran pecho crecido a lo ancho, mis
brazos eran toscos, llenos de pelos como los del hombre de la edad de piedra,
mi masculinidad era un fierro todavía, pero ya la debilidad de la edad empezaba
a anunciarse, algo suave la empezaba a enfermar, tanto amar y no poder satisfacerla, pensaba. Ya sabía mi futuro,
distinto del pasado en que podía amar sin frenos, pero no hay futuro ni hay
pasado, me decía consolándome, solo lo que me rodea existe, el hoy, un día no
solo es igual otro, es el mismo día, solo que las cosas han cambiado. Era
madrugada de sábado para domingo, ya había habido una docena de pescados, Lima explotaba en pus, era mi
día libre, trepé a mi cuarto del edificio F, vivía en el piso 3005, mi cuarto
daba a un balconcito y entraba una leve garúa, millones de covachas colgantes
encima, tomaba unas 3 horas llegar arriba. Pasaba los domingos lavando ropa a
mano, no era una costumbre común en un hombre tan macho, pero me gustaba, cosa
rara. Mientras lavaba veía en el espejo roto mi espalda ancha y blanca, si
alguien hubiera golpeado un tronco de árbol sobre ella el tronco se haría
añicos no mi espalda, llevaba solo bivirí y el porta armas negro agarrado del
hombro con mi pistola que nunca dejaba. ¿Y si la llamaba? 992785266…
Estaba prohibido, pero podía
jugar con la idea, ¿Cómo se marca un número de teléfono si solo hay presente? Primero
uno marca el primer número y así sigue. En “un presente” cabe solo un número, pues
el presente es infinitamente minúsculo, podríamos pensar que el número de
teléfono es un cambio monótono como en un reloj: el reloj cambia de 1 a 2 luego
3, 4, 5, etc, el número de teléfono de 9 siempre cambia a 2 luego a 7 luego a
8, etc. ¿Pero los dos 99 iniciales? Eso no era ningún cambio, no puedo decir
que 9 cambia a 9, lo mismo para los últimos 66, de 6 a 6 no hay ningún cambio,
y no puedo decir que un 9 esta antes y otro después, (con solo un presente esto
es imposible), me confundió, pero definitivamente tiempo no es cambio. Qué raro,
me desalentó ese descubrimiento. Volvía a no saber que era el tiempo.
Los calzoncillos de policía dejaban ver dentro un
trasero ancho y carnudo, aún tenía unos años para sentir orgullo de mi cuerpo,
decían que hacía gritar a los hombres de miedo y a las mujeres de placer, macho
paredes me decían, pero llevaba meses sin mujer, en secreto era fiel a
Milagritos, este celibato era mi forma de erotismo y una entrega, como la de un
fervor a un dios del que dudaba pero en el que quería creer, mi nuca se
arrugaba como la de un toro, esa nuca nunca había sentido el sol de la otra
ciudad. Mis brazos peludos se torcían toscamente y tras el codo se ennegrecían
de pelos oscuros hasta el envés de la mano, que apretujaba la ropa que lavaba,
sí, parecían la del hombre primitivo, con tanta fuerza fregaba las ropas, que
un poco más de fuerza y las habría hecho trizas.
Terminando de lavar me quité
el bivirí y el porta pajera[5],
dejando mi cuerpo desmesurado desnudo, abrí el gabinete para dejar la ropa. En
la esquina estaba aún el reloj de Papa, con su anticuado sistema de medir, ya
desteñido. Fui niño, por solo poco tiempo, pase muy rápido a ser hombre, tan
pronto, que me había quedado algo sin madurar dentro, un niño que había visto
todo el horror de esta ciudad. Para ser varón hay que sufrir mucho no se trata
de nada más.
Quien diría que en mi casa
también había libros, numerosos. Los compraba en la vieja Tacora, todos
incluían la palabra tiempo en su título, solo por eso los compraba, a veces por
docenas, pero confieso que pocos he leído, y ninguno comprendí, solo algunas
líneas, quizás las claves, pero no dejaba de intentarlo. En uno se decía que el
tiempo no es absoluto, es decir, que en zonas lejanas de Lima el tiempo va más
rápido, en otros barrios va más lento, y en otros, serían los más lejanos, va
hacia atrás, es decir no es que la gente camine para atrás, sino que camina
para adelante, pero solo para ellos, para nosotros es hacia atrás, así como la
gente del otro hemisferio del planeta que camina boca abajo, pero ellos piensan
que lo hacen de pie… No me dejo entender… Ya hice mucho en entenderlo yo para
además explicártelo a ti.
En la pared había una sola
fuente de electricidad muy medida, por ello no habían distracciones eléctricas
para nadie, agua muy medida y también una llave de alcohol en gas, este escaso,
pero gratis, los ricos pagan caritativamente el alcohol del pueblo, quizás para
evitar su espíritu subversivo, ese domingo dejé la llave abierta para
emborracharme lentamente.
¿Cómo será el tiempo de los
limeños de arriba? ¿Irá más rápido?, no, debe ir más lento, la vida es
soportable a este ritmo, más sería intolerable. Pero, si solo hay presente ¿Qué
se estira o se achata cuando decimos que el tiempo va más rápido o más lento? Un
instante no se estira, tampoco se puede acortar pues es un punto, parecía
imposible, —realmente no sé lo que es el
tiempo, nunca lo he sabido— pensaba. Hay rumores que arriba viven un tiempo
distinto, pero no en cantidad, sino en calidad, a nosotros nos toca un tiempo
de segunda, en fin… Otra vez me asaltó la frustración de pensar que el tiempo
no era lo que toda mi vida creí. Si en lo único que sabía estaba equivocado era
entonces el hombre más tonto de este mundo.
Otro libro decía que los
hechos no son simultáneos, es decir que mientras desnudo pienso en Milagros
ella no está ahí en su apartamento paralela a mí, o sea sincrónica a mi
desnudez, acaso está unos días adelante o unas semanas atrás, quizás años, eso
me hacía sentir más solo, solo en mi mente donde la beso una y otra vez el
tiempo no parece tener importancia.
Otro libro decía que en el
cielo (¿Dónde será eso?) hay sitios donde solo hay tiempo, pero no hay cosas.
No hay relojes, pero sí lo que miden, un tiempo vuelto sobre sí mismo.
***
Y llegamos al crimen 22, digo, del crimen del reloj, de
los otros había incontables, yo intuía que serían solo 23, ese número me sonaba
perfecto pues 23 horas hay en un reloj antiguo, dicen 24 pero en realidad es 23,
pues después de 24 no hay nada. Me confundía eso, pero sabía que más allá no
hay nada. Con el 23 acaba el tiempo y renace.
El número 22 fue un policía
joven, su muerte se guardó en total silencio, para la prensa solo había 21
muertos, es costumbre que los policías jóvenes, y a veces algunos mayores
alquilen un cuarto de hotel, pagan toda la noche y hasta varios días, ahí
prueban las drogas incautadas, se narcotizan de modo salvaje, nadie hace más
escándalo ni trasgrede más reglas que los que tienen poder sobre la ley. En
esas habitaciones a veces se escucha disparos, gritos de dolor o de obsceno
placer, solo las putas más ranqueadas acuden al ser solicitadas, apareció el 22
en una de esas orgías, era un jovencito recién incorporado, aún creía en el
mito del “policía bueno”, mejor que muriera pronto.
Cuando llegué, se
sorprendieron de verme pues el jefe, aunque sabía todo, no me avisó. Pero yo
sospechaba a qué hora ocurriría, una corazonada, aunque no hay corazonada sin
ciencia detrás, debía desenterrar ese saber que me hizo adivinar, lo estaba
logrando, estaba entendiendo el reloj, pero de otro modo, vencería. Cuando
llegué algunos aún se narcotizaban, uno tenía la camisa de policía puesta, pero
nada más debajo, había orines en un rincón y en sus carnudas nalgas.
Este se levantó furioso,
histérico y se lanzó contra mí con un puño en alto. Recibí el golpe en la
nariz, que fuerza tiene un hombre desesperado, mientras unas gotas rojas caían
de mis fosas nasales entumecidas, devolví el golpe en un acto reflejo,
mecánico, ni yo me di cuenta, su cara quedo molida y cayó inconsciente en la
obscenidad de su semi desnudez. Ahí quedaría unas horas.
Los otros me sujetaron para
que no siga.
—Machito, esto no debe
saberse, el comisario ya vino, ya se informó, pero tú no tenías que venir.
—Solo quiero anotar la hora,
la de la pared —dije con la boca manchada de sangre.
—Hermano, nosotros vamos a
vigilar, vamos a agarrarlo a ese, te contaremos luego, podrás tener el crédito.
—Solo díganme la hora de la
pared, necesito comprobarla —dije frunciendo el ceño, había aprendido no
hacerlo para disimular mi condición mental, y también a disimular esa voz
ronca, como salida de una garganta aterciopelada, aprendí además a hablar como
si entendiera, pero la ira me devolvió a lo que era.
—Que terco eres Paredes, ¿para
qué? Jiménez dale unos papelitos, para este contento. —Jiménez me dio unos
billetes.
—¡Solo dime qué hora dice en la
pared!
—Que importa si este caso no
existe, los demás tampoco, tas haciendo la finta no más, ya sabes.
—Déjalo —dijo el más mandón,
un maduro de poco pelo y bigotes.
—No necesito entrar a ver, si
no me equivoco fue a las 00.00.00
El mandón, frunció más sus
cejas ya naturalmente retorcidas, me cogió del codo y me acompaño a la
habitación, el chiquillo estaba acurrucado con su uniforme impecable sobre un
sillón, el número en la pared: 9 horas 99 minutos 99 seg.
—Un segundo más y hubieras
acertado machito, ¿Cómo has hecho para estar tan cerca?
—Fallé por no contar el 0 como
número primero, siempre me pasa, ¿desde cuándo está acá?
—Ya 2 días, pobre castillito
no le hicimos nada, no quiso participar y le dimos tiempo de acostumbrarse, se
retiró solo a esta habitación.
—Lo sé ¿Qué van a hacer con
él?
—Lo vamos a llevar lejos, ahí
sembraremos pistas a alguien y como nada se descubre todo terminará ahí, entre
los muchachos haremos una colecta para su mujer, aunque tu vez no somos
culpables.
—Ok, me voy.
—¿Para qué necesitabas esa
hora?, pon cualquiera, da igual, ¿no iras a empapelarnos, ¿no? —dijo dándome
unas palmadas, confiando en mi complicidad y en mi incapacidad para hacer
informes.
—No, pero creo que puede
servirme.
Y así fue. Ya tenía la hora,
era la que calculé, solo falta un modo de saber el lugar del próximo, y según
mis cálculos, último crimen.
****
Nadie esperaba descubrirlo ya lo dije, ni yo lo
intenté, la casualidad me obligo a hacerlo. Pero quizás algo sabía sobre el
tiempo que los demás ignoraban. Algo que estaba aprendiendo. Revisé las fechas
y las horas, parecían al azar, pero yo recordé mi viejo reloj y no eran al
azar, mi padre me contó que antes se medía un día con 24 horas de 60 minutos y
estos de 60 segundos, pero hace unos siglos los limeños adoptaron el sistema
centesimal, 10 horas 100 minutos 100 segundos, con este sistema la rotación de
la tierra tomaba “2 días” y 4 “horas” pero a quien le importaba algo tan
abstracto como ese movimiento supuesto que nadie ha visto, además todo era
noche, yo trasformé las horas de la pared a sexagesimal, no con cálculos, no
puedo calcular, pero use una cinta métrica, con ella hice equivaler segmentos
de uno y otro reloj, resultaba así que el primer crimen ocurrió a las 1 am, el
segundo a las 2 am, el tercero a las 3 y así hasta el 22 a las 10 pm, que en
nuestro sistema centesimal era 0.00.00, bueno había fallado por un segundo, no
conté el cero como primero... El cero es primero, y tenía un lugar, eso no sé
por qué.
Ya sabemos, las 10 am o 5 pm
no son tiempo, son números, pueden ser otros, me enorgullecí de saberlo, así
que supe cuando ocurría de nuevo y sabía que sería el último, solo quedaba el
lugar ¿Cómo saberlo?
Tiempo y lugar no son lo
mismo, pero conversan esas dos cosas, hay infinitos lugares en un segundo e
infinitos segundos para un lugar, no había forma de adivinar el lugar. Miré el
reloj de Papa, había anotado cada crimen en cada número, las manecillas ya
daban la vuelta, regresando… Ahí lo supe, miré el reloj de centesimales en mi
muñeca, y calculé, sería en una hora y 43 minutos, ya sabía dónde y cuándo.
Regresé calmo al barrio de travestidos, podía capturarlo antes de matar, pero saldría libre, había que tener a un criminal al lado de un muerto, sino no servía, sin víctima no hay crimen, ¿vincularlo a los 22 asesinatos anteriores? Nadie se daría ese trabajo, dejaría que mate. Yo sería testigo, así lo incriminaría o lo mataría yo mismo, no lo hacía por justicia ni por los jefes, ni por salvar a esta maldita ciudad, era por Papa, como el reloj vuelve al mismo lugar yo regresaba a estar delante del viejo para mostrarle que ya entendía su reloj, y mejor que nadie, la calle también presintió el crimen y guardaba un absoluto silencio, la puta derrumbada chirriaba su silla en esa noche vacía de ruidos, los niños-niñas se movían silenciosos por el hotelucho, y el tímido señor “decente” otra vez esperaba devastado al Sánchez.
Yo era ahora un reloj humano,
implacable y eficiente, que orgullo sentiría Papa, un reloj no sabe lo que
mide, pero yo sí, acariciaba cada segundo no uno a uno, sino ese flujo sin
pausas que van tejiendo, ese flujo que a veces es rápido a veces lento, eso era
el tiempo, un tramo, no un punto, mi corazón daba tic tacs, y ya faltaba poco,
el señor decente se había sentado solo, miré a la Madonna ella me miró cómplice, no haría notar mi presencia, pero me
indicó disimuladamente al señor tímido sollozando, se había sentado en la
vereda a comerse su desengaño, la Madonna me contó que lo había visto
arrodillado frente al vividor rogándole, y luego de una violenta exigencia de
este, y de sus suplicas, felarlo delante de todos, noté ahí que era un
elegante hijo de las alturas, caído en esta sórdida noche de Lima como a un
fondo abisal donde todo se pudre, sentimientos prohibidos lo trajeron aquí, el
Sánchez lo notó, y supo cómo hacerlo polvo en su provecho, ebrio y desengañado
estaba esperándolo… Luego el hombre que todos esperamos apareció, su aspecto
era de lo más común, no era el Sánchez, ojalá lo hubiese sido, se acercó a
señor decente, ¡no a él!, pensé. Era
el único inocente aquí y esto ponía en mis manos su destino, pero debía controlarme,
si no dejaba que lo matara no podría detenerlo, yo era peor que el rufián
entonces, lo usaría, todos los policías lo somos, quizás podría impedirlo en el
segundo final. Tanta es la inocencia del amor que ese donado[6]
aceptó el consuelo de un monstruo. El asesino se ofreció a acompañarlo, a
escucharlo, mientras le pasaba un brazo reconfortante el señor decente se
sintió menos perdido.
En ese desesperado amor vi mi
amor por Milagritos, no había diferencias como no hay entre una hora y otra,
solo los números o los sucesos que los simbolizan, el amor y el tiempo toman la
forma del recipiente que los contiene.
3 minutos más, subieron al
tercer piso del hotel, ahí dormirían, quizás con algún opiáceo sintético. Subí
atrás de ellos con sigilo, miré mi reloj, 50 segundos para el crimen, debía
dejarlo hacer un poco más. El asesino pagó solo para una persona, acomodaría al
solitario y luego se marcharía, yo ya estaba una escalera encima de ellos,
sobre los 20 segundos, supe que unos segundos más su vida se acabaría, no lo
permitiría.
10 segundos, ruidos, sabía no
moriría antes de un tiempo exacto, el asesino era preciso, ahora faltaban 3,
conté: 3… 2… y entré.
Me dolió lo que vi, la hora ya
estaba escrita en la pared, había llegado tarde solo un segundo y le di tiempo
de escapar, esa fue la única muerte que me dolió, este era sin duda un
inocente, bajé las escaleras y tropecé con dos maricas y eché una mirada a la
calle que ofrecía múltiples rumbos nebulosos, los infinitos rumbos de Lima, vi
en esa negrura que me cegaba a la vieja Madonna,
esta tenía un dedo tieso en una dirección precisa, saqué un billete del soborno
de Jiménez y se lo di, empecé a correr, al rato, mis pasos comenzaron a
armonizar con otros delante también veloces; lo estaba alcanzando.
Lo perseguí por calles de
putas, por guaridas de ladrones, por hoteles de travestis, interrumpimos peleas
de malhechores, conversaciones de amantes, las ventanas, los rincones oscuros
miraban su huida y mi persecución, recorrimos toda clase de suciedad humana,
atravesando esa Lima carcomida de gusanos, nos hundimos en sus viseras de
oprobio. Lima es un monstro, sí, pero un monstro fascinante, y estábamos siendo
tragados en sus vísceras, que parecían también odiarse entre ellas. Para mí
solo él era culpable en este mundo y no me detendría hasta alcanzarlo.
Empezaron los disparos, ese ruido seco que agobia el alma, no solo de él o
míos, la gente que nos rodeaba disparaba confiada desde la oscuridad, sentí el
ardor de una bala atravesándome la carne, pero nada me contendría.
Solo el tiempo sabe cómo es
cada detalle de esta ciudad y yo también lo sabía, la conocía y temía. Pero también
la amaba un poco. Era su geometría la que exhalaba el tiempo, un tiempo gris y
húmedo como ella: Lima.
Como las 2 agujas del reloj
que inevitablemente en un punto se juntan, nuestros destinos se acercaban, era
inevitable el momento de conocernos.
Este era mi mundo, le llevaba
esa ventaja, una vez que tomó camino a la izquierda de la fábrica atravesada de
columnas, supe que direcciones y giros tomaría en su huida, si elegía
racionalmente su ruta, yo sabría a donde iría, me permití ir más lento,
corroboré que acertaba. Vi la ventana que él creía su salvación rota, las pisadas
en la escalera que le prometían salida, fue por donde previne, si tomaba el
corredor angosto a la izquierda ya no escaparía, y así fue, empecé a andar
jadeando, me permití ir lento y sin ruido, había triunfado, un bruto como yo
había vencido. Sentí algo mojado en mi zapato derecho, debía ser sangre.
*****
Al final de esa calleja, en ese enredo de covachas
apiñadas y de habitaciones vacías, ya no tuvo donde correr, entré a la
habitación donde seguramente estaba acorralado.
Ahí supe que no había vencido,
entré en la oscuridad y ahí escuché el clic del seguro de su arma, en algún
lugar de esa negrura él me apuntaba, ese clic tuvo un eco armónico con otro
objeto que remedó su sonido, una y otra vez. Solo lo había esperado un segundo,
cuando dejé de jadear sentí otros clics débiles en esa penumbra como una multitud
de estrellas en la noche, una pululación de relojes me rodeaba, y eran segundos
sexagesimales, no centesimales, pude notarlo, este era un taller de relojes o
un templo al dios del tiempo, y ninguno atrasaba o adelantaba ni una milésima
de segundo, también pude notarlo, me conmovió tanta armonía. Pero había sido
derrotado, y yo sería la siguiente víctima, la última, pues la persecución
había demorado 60 minutos, supe además que esta era su casa, no un improvisado
refugio.
—Despreocúpate hijo, sí, los dos
somos devotos del mismo dios, y también los únicos —dijo una voz ya vieja en lo
negro.
No entendí, pero ya sabía
dónde estaba.
—Ya notaste que no he huido al
azar, solo he corrido hasta mi casa, no fuiste tú quien previó la ruta. Yo
sabía que creerías que yo tomaría este camino, por eso escogí este lugar para
vivir... Hace años.
Me sobrepaso poder entenderlo.
—¿Cómo sabías que un día te
perseguiría?
—He estudiado al tiempo toda
mi vida, como tú. El tiempo lo sabe todo, por eso estudiándolo adivinaste
cuando y donde ocurriría el siguiente crimen, pero siempre olvidas el cero…
—dijo y me apuntó con exactitud matemática, incluso a ciegas. No necesitaba
ver.
—Creo que por qué no lo puedo
entender, cero de tiempo, es imposible —dije derrotado.
—Cero de tiempo es la muerte, con
ella empieza el reloj y con ella termina, tú estudiaste el presente, pero yo la
eternidad, ese fue tu error, pero lo empiezas a emendar. Eres mi mejor alumno.
Mis ojos ya se acostumbraban a
la oscuridad y vi la inteligencia en el brillo en sus ojos, esa que a mí me
faltaba, y supe que no mentía. Faltaba una muerte, la mía. Recordé de pronto
todas las escenas de muerte, el niño, la ciega, el anciano (…), el travestido,
el policía, el señor decente, y por un instante vi como un vidente, a la
última víctima, mis cejas se torcieron de odio.
—No te enojes injustamente, no
les hice mal, soy tan inocente como ellos y como tú, si matas a alguien, sin
que esté lo sepa no hay mal, solo se le puede hacer daño a lo vivo, la muerte
ocurre un segundo antes del daño. ¿Entiendes?
—Lo entiendo como nadie. Todos
los policías lo sabemos, solo eso nos permite matar, pero también sé que les
arrebatas el presente.
—Lo pierden cuando ya no es de
ellos, no antes, pero no les quito su pasado, eso nadie puede arrebatárselos,
piensas todavía que el pasado es nada, pero pasado, presente y futuro son.
Forman una eternidad toda real. El presente no tiene nada de especial, es casi
nada. Creo ya lo andas sospechando.
Sí —pensé—, y lo
dejé hablar, ganaría tiempo, quizás podría quitarle el arma, sabía que yo
deseaba escuchar. ¿Cómo lo sabía? Claramente él me quería decir algo. Desde
hace mucho.
—…El tiempo, por ejemplo, el
de esta ciudad, es como una película donde siempre sucede todo como está
previsto, solo que esta se proyecta solo una vez, por eso la ilusión de
libertad, de sorpresa, eso es el destino, la eternidad prevista. Una partícula
del destino inmutable es el presente.
—¿Qué mide de verdad el reloj,
papa? —me atreví a preguntar olvidando todo el atroz contexto.
—Un reloj parece una cosa que
compara cambios de algo constante con los cambios de algo inconstante, pero un
reloj es solo es un incidente, un reloj es parte del tiempo, no lo mide, solo
lo recorre. Como un vehículo que adelanta a otro, o se rezaga de él, así vemos
al reloj, pero ambos recorremos por la misma vía. Siempre cuesta abajo.
—¿Por qué si ya existe en
algún lugar el futuro solo sentimos el presente? —pregunté para distraerlo
mientras me apuntaba.
—Porque ustedes son ciegos al
tiempo. Solo lo ven tangencialmente, en un punto, son como una hormiga que
camina por un enorme árbol, ese árbol es la eternidad inmutable, pero dada su
pequeñez solo ven el minúsculo tramo del tiempo que pisan: el presente.
—¿Y tú…?
—Yo tuve el infortunio de
nacer consciente de la eternidad, eso destrozó mi vida, esa premonición es como
la locura —dijo el loco y su arma se inclinó apuntando descuidadamente al
suelo, tenía una oportunidad—, vi que los abandonaría, y no pude impedírmelo, veo
mi futuro al detalle y me da vértigo, no veo algún hecho futuro importante o crucial
veo todos, los inútiles, los redundantes, soy el único humano que sabe que no
es libre y está atrapado en el único modo en que ocurren las cosas, y no las
puede cambiar. Como esos enajenados que no pueden dejar de mover
desordenadamente un brazo, yo no puedo dejar de actuar en la vida sabiendo que
no lo decidí yo, tampoco esos crímenes, hasta esto que te digo, sabía que no
podía dejar de decírtelo. Te has hecho experto en el presente y yo en lo eterno,
tu miedo y tu esperanza dependen de tu ceguera, ver el tiempo con nitidez es
demasiado para una persona. Sé que me entiendes y que tampoco puedo evitar la
última muerte, realmente lo lamento —dijo y dejó el arma en el suelo.
Quedé confundido. Salió de la
sombra, la vejez lo había demolido, pero lo reconocí.
—No temas, ni esperes más —se
puso de espadas, mirando la ciudad oscura, cogí el arma, él esperaba que lo
hiciera, tenía razón, así se cerraría este ciclo, 24 horas y 24 muertes, el
tiempo no es solo el presente, la muerte no es un mal. Ahora él era uno de los
inocentes y yo su inocente asesino.
Ya lo apuntaba, pero me
costaba disparar a alguien que no luchaba y que no era responsable de sus
actos, pero si no disparaba, frustraría sus teorías, lo haría equivocarse, yo sería
libre, y lo salvaría de su prisión temporal, todos seriamos libres del tiempo, rompería
el destino que, según él, es inmutable, además era alguien que sabía lo que yo
necesitaba saber y me lo había heredado.
—Recuerda esto último, el
tiempo es el fundamento del ser, pues no hay nada que sea que no dure siquiera
un instante y yo ya no soporto ser…
Fue un disparo impecable, en
un segundo él ya no estaba, solo el cuerpo que lo contenía ya hueco. El relámpago
del disparo dejó ver toda la evidencia que necesitaba la prensa y la policía,
relojes en todas las paredes, libros sobre el tiempo, anotaciones y cálculos de
los crímenes, su itinerario, no todos, pues quien mataba era el tiempo, no él,
tenía anotado cada crimen, pero era la ciudad, que era tiempo hecho forma,
quien actuaba, y seguiría matando, de otros modos. Pero solo hay una desgracia
con el tiempo, dijo, solo existe una vez, cuando este universo se gaste,
desaparecerá, como una película noir
proyectada una sola vez, en una sala ya vacía de gente, su final apaga a todos
sus personajes, así la historia universal se desvanecerá.
No solo un día moriré y lo
demás, sino que morirá este universo, el único y con él, el ser, y no volverá a
haber más mundos.
******
Todo termino ahí. Me regresaron a mi puesto de chaleco
de Milagritos, mi corazón latía con más miedo que frente el asesino del reloj, nunca
me dijo su nombre, yo ya lo sabía. La recogí de su elegante departamento, pero
todos esos eventos ya no tenían el sabor de la libertad o la sorpresa, los
sentía inevitables, todo lo que pasaba y posaría era inevitable, subí a su
departamento para escoltarla al auto, ella vio mis ojos vidriosos de deseo tan
pronto abrió la puerta, como una vergüenza infantil en mi cara llena de
heridas, ahí se decidió, me tomo de un brazo y entré a la habitación
delicadamente oscura, quede contra la pared como un condenado al fusilamiento
respirando angustiado, tanto amor y tanto deseo la hizo decidirse, se despojó
de la bata finísima que la cubría y yo quede mirado su absoluta suavidad, su
voluptuosidad completa, su piel elegantemente oscura esperándome en lo más oscuro.
Era como si la belleza de una luna negra cayera sobre mí, tomo mi mano y la
coloco sobre uno de sus pequeños senos.
—Te creo, te creo… —dijo
jadeando, convenciéndose de su entrega. Y con esa puerta abierta a su cuerpo y
a su alma la llevé a la cama de delicadas sabanas, mi tosca espalda cayó sobre
sus frágiles miembros y pude como una fiera hambrienta y desesperada devorar su
vida, su felicidad de ser mía, mi agrio olor manchaba las sábanas impolutas, el
sudor de mi cuerpo desnudo arremetió con las diversas figuras contorneadas de
su cuerpo perfumado y todo ese contenido de lascivia y amor se desató en mí,
ella fue feliz y yo también toda esa noche en que dijo sí a todo lo que le pedí,
y desfallecidos de amor nos dormimos.
*******
La luz ya daba vida al cuarto, a su geometría elegante
y callada, sin la luz la realidad no tiene ni forma ni imagen, mis agazapados
ojos ya se abrían a ver mi desnudez tosca al lado de su desnudez etérea y fina,
unidos como si yo fuera una roca tosca y ella una veta de diamante
atravesándome, ya era mía. Pero su belleza dormida me pareció más perfecta e
inmaterial que de costumbre como una virgen de cristal, levante con cuidado una
de mis grandes manos para acariciar su mejilla sin despertarla, la sentí fría,
como cuando tocamos una pared en la noche, luego cogí su cabellera, estaba
tiesa como la de una muñeca, el cristalino de mi ojo derecho se reenfocó en la
pared detrás de ella, había unas cifras nebulosas escritas en la pared, supe que
las habían escrito con semanas de antelación. Pero el que anotó en la pared no
pudo hacerlo, ya estaba muerto, ¡solo había un posible culpable! Con horror calculé
trasformando esa cifra en sexagesimales, recién ahora empezaba la hora 0, la
miré, ella parecía estar durmiendo, como pensado, ¿En mí? Supe que abrazaba un
cuerpo sin calor propio, solo tibio por el ardor del mío.
Supe al comparar esa cifra con mi reloj que este se atrasaba
de nuevo un segundo. Ya no buscaría corregirlo más, solo esperaría el momento
en que dejase de moverse, como un día esta ciudad dejará de moverse. Como este
universo dejará de moverse. Segundo a segundo, cae mi vida y se apaga la
pesadilla de este mundo.
El acusado da fe con su firma que la trascripción anterior es copia fiel
de su declaración oral trascrita por el técnico Kunan, se extiende las copias
para el uso que le sea pertinente.
* Crédito de los dibujos:
ChaserHobbit
https://chaserhobbit.com/
Bibliografía
usada:
-Arbaiza, Luis. (s.f)
PostScript, cambio de opinión. ¿QUÉ ES EL TIEMPO? O instrucciones metafísicas
para marcar un número de celular.
-Romero, Gustavo. (3 octubre
2015). Einstein y La Metafísica del Tiempo. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=Vo9jQuu6P00
[1]
Policía encargado de velar por el mantenimiento del orden público.
[2]
Muertos.
[3] Un
dato o información.
[4]
Violadores de niños.
[5]
Arma de fuego portátil de uno o dos cañones.
[6]
Futura víctima de un delito o que espera a los delincuentes totalmente
desprevenida.
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