TODA UNA VIDA

 


 

TODA UNA VIDA

Toda una vida estaría contigo, no me importa en qué forma ni cómo ni cuándo

 Pero junto a ti.



 Una serrana y dura luz caía sobre los helados cerros de Huarochirí, sierra de Lima. La otra Lima. Tomaría horas para que se entibiaran, luego de pasar 12 horas de espaldas al Sol. El aire congelado era traspasado por la luz, que se metía lentamente en mi habitación pintando en él formas y colores que en la noche reclamaría de vuelta, dejado otra vez la habitación hueca. Ese aire era puro y helado, llenaba ese cuarto de olor andino, y mis pulmones. ¡La oficina! Debía despertar. Llené mis pulmones y me levanté de la cama, miré por la ventana del hotelito de camino, en el dintel de madera unas latas de leche viejas servían de maceta a unos cactus serranos y a mala hierba de la zona.

Delante de esas plantas humildes reconocí la carretera central, un grifo y un restaurante enorme y vacío, a lo lejos cerros manchados de nieve. Típico lugar desolado y serrano. Quien diría que también esto es Lima, la Lima en la que nunca pensamos, solo la urbana era de verdad, pero ¿Qué hacía ahí? Anoche me había acostado temprano en la acomodada Santa Beatriz, en la moderna ciudad Limeña, para poder ir a trabajar a la oficina. Era el contador jefe de una empresa importante, las matemáticas eran mi fuerte, dominaba ese mundo puro y sin errores, tan diferente a mi vida. Quizás estudie matemáticas por eso, por que soñaba vivir en un mundo así. Cuando caí dormido mi esposa, Carla, al lado miraba la Tv con el volumen bajito y los dos niños en el cuarto recién decorado ya estaban bien dormidos. Ya había pasado tres años de la muerte de Renzo y éramos de nuevo una familia normal y feliz. Carla me había perdonado y mis hijos habían olvidado todo.

Pero en vez de despertar en mi acomodada casa, había despertado en este hotelucho pobre de la sierra limeña. Debía salir de ahí cuanto antes.

—¿Cuánto se lo debo?[1]

—Señor, ya me lo has pagado —dijo la señora educadamente. Tenía un raro dejo.

Al parecer no debía nada y podía irme. Pero —¿Quién había pagado? —pensé mientras esperaba con un mate de coca en el restaurante que, conmigo, dejaba de estar vacío. No lo necesitaba pues no subiría a más altura, pero la rareza de este “error de la realidad” me había dado cierta náusea.

Una vez terminado el mate miré mi billetera, había bastante dinero, me alcanzaría sobradamente para volver a la ciudad, a mi mundo. Pero en vez de la foto de mis hijos amados estaba la cara de él. Se supone que esa foto y otras las había destruido cuando regresé a la vida normal. Solo muy rara vez me escapaba a ver su tumba. Y hace años no lo hacía. No tenía sentido ir, aquel por él que dejaba la casa de madrugada mientras mis hijos dormían ya había desaparecido por completo de este mundo. Mi amor era ahora algo meramente abstracto, irreal, como las operaciones matemáticas con las que ganaba mi sueldo.

Al examinar el dinero, tres billetes de 20 soles y uno de 50, noté en mi mano algo raro. A un dedo le faltaba la falangeta, o sea la punta, al parecer un accidente en una fábrica, ya estaba muy cicatrizado. Sería un centímetro o menos, la uña no estaba como es lógico. La belleza mi mano no era estropeada del todo, pero ¿Cuándo había pasado eso? No recordaba haber tenido ese accidente, de hecho, nunca había entrado a una fábrica.

Salí al frío sano de la sierra. Compré frutas en bolsitas y un dulce, eran de mala calidad, pero no vendían nada mejor. Quería llevarles un cariño a mis hijos y a mi esposa.

No era por disculparme, no había hecho nada malo ahora, no como hacía antes cuando Carla y mis hijos me esperaban despiertos, esas pocas veces que notaban que desaparecía. Se veía en sus caras que habían llorado y que Carla les contaba lo que hacía su padre. Pobre mujer, estaba desesperada, por eso actuaba así, yo tenía aún más deseos de llorar que ellos, pero debía ser fuerte para poder mentir y aliviar el dolor que les causaba. Casi siempre lo lograba, pero ellos nunca comían aquellos dulces manchados de mentiras.

Pero esta vez no había hecho nada malo de verdad, de repente fue un accidente, no me lo podía explicar, despertar en una carretera serrana a cientos de kilómetros de donde me acosté. Era un absurdo, sin duda, volver a Lima me devolvería a la normalidad. Siempre buscaba la normalidad. Mi vida siempre fue esa búsqueda. No había tiempo que perder. Pero sin duda no era nada malo. Carla olería en mi ropa solo mi olor, no el de otro hombre.

Subí a un bus que empezó a bajar a Lima muy lento. Me dejé dormir, mis entresueños intranquilos oían los nombres de calles cantados potentemente por el chofer que iba levantando gente, no los conocía, San Cristóbal de Misa, Pedregal Alto, Grau, (ese si lo reconocía), compañías de la electricidad, Plaza del Sueño… Quizás estaba aún lejos, por eso no los conocía.

Huarochirí era un lugar de paso, cerros inhabitados. Pobre gente viviendo tan lejos de la metrópoli, es decir del mundo real. ¡Qué distinta sería mi vida si hubiera nacido en este mundo! Desear y no poder, más en este país tan injusto. Acaso los turistas pensaban eso de gente como yo, al ver que nacemos y morimos en una ciudad tan cruel.

Mi padre había sido obrero en los 80s, pero pudo hacerme estudiar y ser profesional, pero ahora, los hijos de los pobres solo podían ser pobres también, que suerte ser profesional y no obrero. Que suerte ser un hombre casado, con hijos, con casa, con futuro y no como fue Renzo, que no tuvo nada de eso. Y sin embargo, me había prometido nunca dejarlo solo. Incluso si luego me hacía de un amante más joven, siempre velaría por él. Un día mis hijos se harían hombres, Carla se enamoraría de otro y nosotros podríamos por fin ser felices. Solo debía cumplir con mi familia y esperar. Pero la callada muerte había llegado a la casa de Renzo antes de que todo ese abstracto proyecto se cumpla.

Pronto bajaría para hacer trasbordo. Que extraño, Villa el Salvador, estaba en el camino desde Chosica, ¿Acaso no estaba al sur? ¿Acaso no era plano? Este parecía un distrito con subidas y bajadas. No podía demorar más, no tomaría otra custer, sino un taxi, Carla ya había prometido no incluir en nuestros dramas a los niños, pero yo también había prometido no sacrificar a mi familia.

Subí al taxi, le di la dirección al chofer, este con ese dispositivo nuevo ubico el punto en la ciudad: Calle el Tiempo 365, altura de la cuadra 4 de la Av. Arequipa, por el canal 7, me dijo el precio, era muy elevado, pero, que importaba, no quería que Carla sufriera un minuto más, era una buena mujer, tampoco Renzo tenía culpa, ni los niños, el culpable solo era yo y acaso tampoco era malo, solo era alguien tratando de hacer feliz a todos los que quería. Solo pedía también para sí un poquito de felicidad.

El taxi corrió veloz, no había tráfico, ver a Carla y luego al trabajo, pensaba llegar en 30 minutos, pero paso una hora sin que me acercara, las calles y esquinas de Lima se sucedían con velocidad, sin embargo, la academia Trilce se veía algo baja, que raro, una cuadra después estaba un Sedapal, ¿Acaso eso no era en otra calle? Luego sorprendentemente apareció el Museo de Arte, definitivamente no debía estar ahí. Recordaba la ruta desde mi casa. Yo había estudiado ahí de niño, fue todo un sacrificio para papa, pero lo disfruté mucho, yo les daba a mis hijos toda clase de gustos, pero papa no pudo matricularme otro verano, recuerdo que lloraba… Pobre papa. El último piso se veía quemado y rodeado de andamios, una refacción que demoraba años y costaba millones. ¿Pero cuándo se había quemado? Ayer lo había visto íntegro.

—Por favor, ¿puede apurarsélo? ¿En cuánto lo vamos a llegar? ¿Esta Ud. seguro questa es el ruta más rápido?

—Sí señor. No hay modo de fallar —dijo el taxista.

—Ud. lo parece haberlo tomado otro dirección, debe irlo al sur sin alejarse mucho del centro.

—Este camino es el mejor señor.

—Como usted diga —conteste, qué raro, algo estaba muy mal pero no sabía qué. Ni quería saber qué. Nada se veía anormal, pero no reconocía mi ciudad del todo. Carla, Carla, hoy haría el amor con ella, así no la amara más, la quería muchísimo, pero desde que murió Renzo dejé de amarla, antes creí que se podía amar a dos personas simultáneamente, luego solo a una. Y esta estaba muerta. Era realmente algo tan distinto. No era erotismo, el erotismo no tenía nada que ver. Así él hubiera sido un ser sin sexo, sin cuerpo, un objeto abstracto como en mis matemáticas, yo habría hecho todo por estar a su lado y habrá hallado el modo de estar físicamente con él. Con él recordaba algo que en mi infancia se me había extraviado, esa intimida familiar que se desmontó y perdió cuando me volví hombre. Solo pedía un pedacito de vida para recuperarlo.

Pero ese pedacito se lo robaba a Carla y a los pequeños. Pero era cuando dormían, cuando estaban de paseo, nunca los había hecho sufrir, al menos no como yo había sufrido, ni una sola vez, quizás, sí, una vez. El amor de Carla me pareció oscuro cuando Renzo murió en un hotel del centro, le habían robado luego de una borrachera. Una muerte estereotipada, luego se habían ensañado con el cuerpo, mucho opinan que es el rechazo a sí mismos lo que motiva a ese tipo de asesinatos, una suerte de auto-homofobia, yo sé que esa no es la causa, esas crueldades no solo les pasaba a esos hombres, también a toda gente considerada anormal, una vez leí que la Marina, el cuerpo más racista de las fuerzas armadas, era la que más crueldades habían hecho en la lucha antisubversiva, no era por auto-odio, era solo porque a sus ojos los indios, los campesinos, valía poco, las odiaban, e incluso matarlos no les bastaba, debían humillar sus cuerpos ya muertos.

Yo no sabía que él buscaba esas “compañías”, esa gente de mal vivir, de seguro yo lo dejaba muy solo, si fuese así lo perdonaba. Pero no parecía natural, además él nunca tomaba… Y habían otros detalles raros, Carla era la explicación más simple.

Extrañamente me dejo ir al funeral. Claro, ya tenía lo que quería. Fingió hasta pena, a la perfección. La familia de Renzo me conocía y sin palabras me aceptaba. Ellos también dudaban de la historia del hotel y del robo a alguien tan pobre. Eran sus parientes, pero Renzo había dejado de ser uno de ellos hace mucho, quizás desde niño. Sabían la verdad, pero no se comprometerían a atacarme a mí o a Carla. Las mujeres tienen más capacidad para destruir de los hombres. Pero su violencia no implica esfuerzo físico. Ni emociones fuertes. Es una violencia casi invisible, casi inofensiva. Igual haría el amor con ella. No por ella, por mis hijos. Ese era mi destino y lo sufriría. Es más, me lo merecía. Así me fui durmiendo en el taxi.

Imaginaba que soñaba, me sentía en la oscuridad de la pobre habitación de Renzo. Felices como niños en brazos de sus padres, luego juntábamos las manos, las frentes… No estaba dormido del todo, pero sentí realmente la humedad de su frente sobre la mía y su olor de hombre. Abrí los ojos con la esperanza de que, así como extrañamente había despertado en un hotel perdido de la sierra ahora despertara con él…

Pero al abrir los ojos ahí estaba el taxista y las calles de Lima moderna de siempre, a esa hora que se preparaba para que todos trabajaran. Renzo. Abrí la billetera para verlo por última vez. Sus ojos inocentes, como despistado en un mundo al que ya no pertenecía.

—Ya llegaremos.

—Lo sé —dije.

Saqué la foto y la tiré por la ventana. Me costó, pero era necesario. Ahí paro en seco el taxista.

—No —dije mirando las casas—. ¿Por qué lo paras acá?

—Mire.

Miré una casa verde que nunca había visto, pero era la dirección, El tiempo 365…

—Señor... —dije suspirando por la conmoción—. Este mi casa no es. Le dije calle el tiempo 365 altura del canal 7 de Arequipa. Solo dejamélo en canal 7 y yo caminaré.

—El canal 7 está en Chorrillos, al sur de la ciudad.

—Señor ¿Ud. no lo conoce Lima?

—Nadie la conoce del todo. Para nuestro bien, bájese —dijo decidido y se abrió la puerta trasera automáticamente.

Saqué 20 soles y se los arrojé, el dinero sin peso no avanzo mucho en el aire y cayó en el asiento delantero. No esperó que ponga el segundo pie en el asfalto para arrancar. Pero no caí. Bajo mis pies estaba la foto de Renzo. Pero no la podía recoger. Paso una señora de aspecto decente.

—Señora ¿Dónde está el canal 7? No estoy bien, me lo he perdido.

—Hijo, puede tomar el subterráneo, ahí en la Munevar que está cerca, y señalo a la Av. Arequipa.

—¿Qué subterráneo[2]?

—Señalo con el dedo la Av. Arequipa y se fue. Había notado en mi cierta ansiedad anormal.

Miré, era la avenida Arequipa, tal cual, una avenida con poca anchura, pero importante, academias y casas antiguas, pero el cartelito verde de la esquina decía:

Av. Munevar. Cdr. 4

—¡No! dije —. No…

Me acerqué a unas policías femeninas algo ahombradas.

—¿Esto no es Santa Beatriz?

—Si es —contestaron algo déspotas e impacientes.

—Busco la calle el tiempo, por el can… El colegio Emna Demnant.

—No hay ningún colegio, calle Tiempo hay a los dos lados de Munevar.

Quizás solo había confundido la derecha con la izquierda, quizás no estaba del todo despierto y eso explicaba todas esas rarezas, ahora todo estaría bien. Corrí hasta el otro lado de la pista, pero a 3 cuadras no estaba mi casa, claro, es lógico mi casa está en el otro lado de Arequipa o, mejor dicho, de Munevar.

Regresé, fingí sentirme normal delante de las policías, y luego corrí ya sin vergüenza de parecer un loco. Paré por donde dejé la foto. Pero ya no estaba, ya los barrenderos la habían desechado. Nunca he sido fetichista, pero me peso esa perdida. Era lo único que faltaba para que Renzo desapareciera del todo. Para esfumarse por completo. Para que se volviera absolutamente nada. Volteé una esquina tras otra hasta empaparme de sudor y nunca estaba mi calle ni mi casa. Sí, reconocía las casas de los vecinos, pero nunca la mía, eran casas corrientes, gente común, incluso familiar. Detuve mi exploración frente a la calma de una bodega de barrio, la reconocía, no del todo, pero no estaba en mi calle…

Este no era mi mundo. Así de simple. Ya era el momento de ser consciente de ello. Debí notarlo desde que estaba en el bus, y como consecuencia lógica no había Carla ni los niños en ningún lugar. Era inútil buscar más. Debía aceptarlo también. Acaso el hombre de Huarochirí que había pagado adelantado el hostal ahora despertaba en la cama con una esposa llamada Carla, dos niños y un amante muerto. Yo era como un pez traspasado a otro acuario decorado exactamente del mismo modo, pero que era otro.

O acaso yo solo era un provinciano en su primer día de locura, que soñaba que era un limeño profesional con una extravagante vida sentimental, y había viajado a una ciudad que lógicamente no reconocía, que pisaba por primera vez. La locura, como los sueños toman las partes más profundas de nuestros anhelos y como todo sueño y toda mentira, sobreactuaba y se apoyaba en estereotipos poco realistas. ¿Por eso yo hablaba así? ¿Los limeños acaso lo hablaban así?

Acaso no era yo. Pero este era mi cuerpo, mi cara, los reconocía, solo el dedo... Acaso el hombre que había pagado esa habitación ahora era yo, sí, pero otro yo, sí era así, ya estaría con Carla y con mis hijos, sus hijos y los haría felices por el resto de su vida. Lo merecían. Luego conjeturé más hipótesis. Cada una encontraba su propia evidencia, no había como dar con la correcta. Así es de engañosa la retrodición. Pero nada podía sacar en limpio. Solo que ni Carla ni los niños estarían solos y eso me tranquilizo.

 

Deje de pensar lógicamente, no debía ya guiarme de mi sentido racional, este definitivamente no es un mundo lógico. O la lógica no es lo suficientemente diversa y completa para entender este mundo.

*

Ahí me calmé. Mi último pensamiento se silenció. Ni siquiera quise ver las fechas en los diarios, era el mismo tiempo sí, solo que no era el mismo mundo. En el cielo había un solo sol, del mismo tamaño y luminosidad, pero era otro sol. Caminé hasta Munevar. Había una bajada al viejo subte Limeño. Milagrosamente sabía cuánto dinero echar en su anticuado sistema de cobranza. Tomé asiento, a mi lado un viejo leía el diario El Comercio: 11 de noviembre de 2018, sí, ayer era 10. Todo empataba perfectamente.  

En una pantalla con el volumen muy bajo se veía el noticiero. Era el canal 7, Tv nacional, así que nadie pidió que suban el volumen. Entre cabezas y hombros se veía una entrevista o documental, el relator tenía un aspecto muy culto.

       —… de otros universos muchos son exactamente iguales a este con mínimas diferencias.

—¿Cómo saben de su existencia?

—No empíricamente, solo matemáticamente. Pero las matemáticas son así porque el universo es así, también, por ley conmutativa, el universo es así porque las matemáticas son así. De hecho, existe una copia matemática del universo. Y sigue al nuestro como una sombra. Y este universo virtual proyecta su propia sombra que es un universo real gemelo y así hasta el infinito.   

—Bunge diría eso la hace una pseudociencia.

—Pero no una falsedad. Otros universos pueden estar muy cerca del nuestro. Al parecer los más parecidos se acercan unos a los otros sin tocarse, incluso pueden atravesarse como fantasmas, pero sus átomos no se rosan con los nuestros.

—Como los neutrinos que viajan por el cosmos sin tocar un solo átomo.

—Algo así, ahora el nuestro puede estar siendo atravesado por el otro universo gemelo, pero no interactúan, quizás solo algunos nudos del espacio-tiempo se pueden enredar y un pedazo de otro universo se queda en el nuestro y se pierde uno nuestro en el otro, produciendo un minúsculo intercambio… Nadie lo nota pues se trata de universos iguales, y tampoco se viola la ley de conservación de la materia…

El ruido era fuerte y el volumen, muy bajo, nadie atendió ni entendió ese programa. Bajé en la estación los Laureles, del distrito más pobre de Lima, San Isidro[3], caminé por sus veredas sucias de arena y llegué una casa de ladrillos sin tarrajear, nunca la había visto pero la reconocí. Toqué la puerta y de inmediato recordé que tenía la llave. La metí y la giré al mismo tiempo que Renzo habría del otro lado. Sonrió al notar la tonta casualidad.

Entré. En la radio se escuchaba esa canción con la que tantas veces habíamos hecho el amor. Y ese día lo haríamos:

 

…Toda una vida

Estaría contigo

No me importa en qué forma

Ni donde, ni como, pero junto a ti

No me cansaría de decirte siempre, pero siempre, siempre

Que eres en mi vida ansiedad angustia desesperación

 

Lima, 11 noviembre 2018

 

 

 

*Este cuento apareció por primera vez el 27 de junio de 2019 en la revista Maquina Combinatoria. Volumen 1, número 6.  Quito–Ecuador.

maquinacombinatoria@gmail.com

Ilustración del pintor belga René Magritte titulada “La réproduction interdite”, 1937.

 



[1] Sintaxis de castellano andino de Lima, préstamo del quechua, esta rara sintaxis acompaña extrañamente a las palabras del personaje, no así a sus monólogos interiores. En particular este es un caso de loísmo y no de aparente pronominalización.

[2] Lima carece de subterraneo, subway o metro.

[3] Con una población de 60 735 habitantes, San Isidro ocupa el primer puesto en el Índice de Desarrollo Humano de los distritos del Perú y es el primer puesto en los distritos limeños donde es más caro poder adquirir una vivienda. Está habitado por familias de nivel socioeconómico alto y es el centro financiero de la ciudad.



Lima 11 noviembre 2018

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